Sociedades Precapitalistas, vol. 4, nº 1, diciembre 2014. ISSN 2250-5121
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Historia Social Europea

 

ARTICULOS / ARTICLES

 

Elite porteña y lógica económica: Un análisis sobre los patrones de acumulación rioplatenses (1650-1750)

 

Lucio B. Mir

Universidad Nacional de La Pampa. Facultad de Ciencias Humanas (Argentina)
luciomir3@hotmail.com

 

Cita sugerida: Mir, L. B. (2014). Elite porteña y lógica económica: Un anĂ¡lisis sobre los patrones de acumulación rioplatenses (1650-1750). Sociedades Precapitalistas, 4(1). Recuperado a partir de http://www.sociedadesprecapitalistas.fahce.unlp.edu.ar/article/view/SPv04n01a04.

 

Resumen
Este trabajo intenta resignificar el rol de la elite porteña en la economía ganadera durante el período 1650-1750. Evalúa el impacto de la apertura ultramarina en la estructura agraria y su correlato en el desempeño del sector terrateniente. Analiza la matriz productiva del comercio exterior y el peso de los bienes pecuarios en los patrones de acumulación. Enfatiza la función estratégica de las Salinas de la pampa y la importancia de la industria de bastimentos para la operatoria de la plaza naviera. Propone una revisión crítica de la lógica acumulativa del capital comercial.

Palabras clave: Acumulación; Elite; Capital comercial; Ganadería; Salinas.

 

Buenos Aires elite and economic logic: an analysis over accumulation patterns in the River Plate area(1650-1750)

 

Abstract
This work aims to redefine the role of the Buenos Aires elite in the stockbreeding economy during the period 1650-1750. It evaluates the opening overseas in the agrarian structures impact and its correlation in the performance of the landowner sector. This analyzes the productive matrix of the foreign trade and the weight of the livestock goods in the pattern of accumulation. It emphasizes the strategic function of the Salinas in la pampa and the importance of the food industry for the operation of the shipping marketplace. It proposes a critical revision of the cumulative logic of the commercial capital.

Keywords: Accumulation; Elite; Commercial Capital; Stockbreeding; Salinas.


1- Introducción

Investigar los patrones de acumulación coloniales permite rever diversos supuestos interpretativos de sólido arraigo en el discurso historiográfico del proceso económico rioplatense. Las concepciones que plantean el perfil especializado de la elite porteña, en términos de menoscabar la operatividad del capital comercial en actividades agrarias, reconocen su desempeño inversor a partir del cambio revolucionario (1810), desestimando la inserción de los principales comerciantes en el entramado rural durante el período que concentra nuestra atención (Socolow, 1991; Gelman, 1996; Galmarini, 2000; Barsky y Djenderedjian, 2003; Irigoin y Schmit, 2003).

El pronunciamiento crítico sobre tales concepciones implica un paso preliminar hacia una interpretación que, fundada en evidencia documentaria, propone rastrear la fuente acumulativa de matriz terrateniente, indagando el esquema de negocios de una elite sujeta a las vicisitudes del comercio atlántico. Aunque permeado por matices de índole dispar, el paradigma dominante asigna a la esfera de la circulación escasa o nula función transformadora sobre los factores que interactuaban con la economía rural. Este paradigma absolutiza el rol de la elite en torno al comercio exterior y reduce su proceso acumulativo a la exportación ilícita de metales preciosos, prevaleciendo una estructura agraria basada en un campesinado de pequeños propietarios, arrendatarios y ocupantes informales, convertido en eje de la campaña bonaerense y, desde el cual, se tiende a diluir -explícita o elípticamente- una matriz de apropiación fundiaria.

El predominio de este paradigma se refleja y resume en interpretaciones validadas por el principio de autoridad, sin el respaldo de evidencia concluyente respecto del sistema socioeconómico, afirmándose la imagen del polo portuario semicerrado, la existencia de una ganadería marginal organizada por pequeños criadores y la trayectoria de una elite confinada al comercio mayorista (Halperín, 1994: 37,46 y 71).

El análisis de la economía exportadora exige entonces retomar problemas irresueltos y/o controversiales, centrados en la incidencia supuestamente exigua de la gran explotación ganadera en el patrón de acumulación y el perfil especializado atribuido a la elite porteña, aspectos medulares para exponer una interpretación alternativa que contemple el enfoque integral del proceso económico.

El instrumento para interpelar dicho paradigma se vale de una plataforma temática poco explorada, tanto en el plano analítico como metodológico. Apela a las grandes Salinas de la pampa, reservorio que fortaleció las expectativas del abasto y respecto del cual la historiografía se desentiende, salvo un estudio serio de reciente factura (Taruselli, 2005-2006: 125-149). La perspectiva factográfica tiende a dominar el registro historiográfico de este tema, así como el tratamiento cuasi literario que bordea la desconexión misma con el sistema socioeconómico.

La indagación de las Salinas ha supuesto repensar su funcionalidad crítica en la economía de Buenos Aires y sus implicancias para el complejo portuario, remitiéndonos a una producción académica que presenta avances a partir de renovados abordajes.

Recalibrar el peso específico del sector ganadero en la economía agraria y su correlato en el giro comercial suscita interrogantes por lo que concierne a la exportación de sus excedentes, cuanto al insumo que viabilizaba la operatoria. El trabajo focaliza en el circuito pampeano, y formula una ponderación cualitativa y cuantitativa para resignificar el desempeño de la elite y de la ganadería bovina durante el proceso de cambio que afectó a la campaña bonaerense entre 1650 y 1750.

Los autores afines al paradigma dominante suelen limitar el comportamiento económico de la elite a intermediaria exclusiva en el tráfico atlántico y en la ruta Potosí-Buenos Aires, lo que presupone operar de espaldas a los intereses agrarios. Este último aspecto es el que reclama revisión crítica, pues no nos guía reserva alguna sobre la tesis que, con matices y variantes puntuales, postula un patrón de acumulación centrado en exportaciones de metálico a través de licencias especiales (navíos de registro) y en una red contrabandista que estructuraba el funcionamiento de la economía exportadora (Moutoukias, 1988: 98-101).

Que el patrón de acumulación estuviese basado en el flujo de metálico no habilita a validar un criterio reduccionista, pues el comercio exterior abarcó excedentes de matriz agraria cuyos actores expresaron una lógica acumulativa más compleja, cimentada, ciertamente, en un patrón metalífero. El contrabando reprodujo un patrón hegemonizado por los retornos en plata, que la propia autoridad virreinal (en una memoria de 1662 dirigida a su sucesor) aduce masivos y en línea con una tendencia afianzada (Biblioteca, 1979: 108), fenómeno que refuerza la apertura y sitúa a Buenos Aires en el centro de un extenso hinterland e incipiente polo dinámico de correlativa influencia.

La inserción de Buenos Aires en la economía atlántica adquiere fuerte impulso desde 1680 (Jumar, 2004: 171-175), lo que de por sí interpela el mito del puerto semicerrado, con sus consecuentes derivaciones de aislamiento y pobreza. Nuestra perspectiva analítica reconoce en el comercio exterior el factor hegemónico de acumulación, abordando el cambio estructural entre los actores sociales más destacados y a la luz del accionar orgánico de las instituciones públicas, con el Cabildo a la cabeza del control del abasto. El Estado supervisaba el suministro salinero por medio de diversas vías regulatorias y fiscalización de precios, gravitó en el otorgamiento de tierras realengas y en políticas proactivas para viabilizar mecanismos de acumulación y exportación de excedentes rurales.

Entre estos sobresalía el cuero vacuno, que solía salarse para evitar pérdida de valor comercial (Cuesta, 2009: 99-100) aunque también los bastimentos, rubro básico para el sostén del flujo exportador; el avance de la producción agraria respondía en parte a la actividad naviera y no hizo sino diversificar el proceso socioeconómico, sirviéndose de un insumo crítico para optimizar la operatoria del sector externo que, movilizado con embarques de pieles y otros excedentes, complementaba la composición del comercio de exportación: la sal y sus inestables rutas de suministro (Taruselli, 2005-2006:127-128).

El sector exportador contribuyó a la valorización de bienes agrarios gracias a la apertura de la plaza portuaria, promovida por el contrabando con navíos extranjeros (holandeses, franceses, ingleses);1 esta apertura indujo cambios en las condiciones estructurales (actualizaba una lógica distributiva de tierras rurales) y logrará jerarquizar las fuentes productivas de acumulación empresaria.2

Los documentos que acreditan el comercio ilícito entre Buenos Aires y Colonia do Sacramento (1680) disipan dudas sobre ciertos dispositivos políticos y sociales que lo sustentan, convergentes con la tesis de una precoz atlantización del complejo portuario. El accionar del Estado colonial se interpenetraba con el comportamiento de una elite cuyo perfil multisectorial confirma un rasgo característico de su modus operandi.

De ahí el imperativo de alcanzar regularidad en el abasto gaditano (inicialmente el más importante) y asegurar la apertura de un gran depósito de sal que, en 1715, adquiere cierta centralidad en el circuito público: las Salinas de la pampa. Éstas se integraron a la economía urbana por necesidades del sector exportador, cuya proyección dependía, en parte, del insumo que conservaba los excedentes de matriz agraria: la sal era esencial para preservar cueros y elaborar tasajo y cecina.

La actividad salinera pampeana devino del interés prioritario de planificar un suministro público de organización regular, dada la azarosa concurrencia metropolitana a raíz del colapso del circuito oficial que, desde 1701, acusa el impacto de la Guerra de Sucesión e incide directamente en la salida de los registros: cada navío asignado a Buenos Aires transportaba sal en pipas y favorecía el funcionamiento del complejo portuario.3

2. La matriz terrateniente

Parte de la elite porteña exhibía un perfil abierto a múltiples negocios y en algún punto contrapuesto al paradigma devenido en versión canónica, que sólo quiere ver en ella una minoría encerrada en la exportación de metales preciosos. Formulamos la hipótesis de un proceso de cambio que, desde mediados del siglo XVII, también concierne a una peculiar ganadería, expuesta a las vicisitudes de los mercados regionales y externos.

Ello visibiliza a figuras de la elite con intereses en la esfera productiva, objetivados en una actividad pecuaria que trasciende la empresa de cacería: entre sus integrantes se advierte un perfil empresario proclive a realizar inversiones en tierras, según consignan testamentos y fuentes oficiales: Pedro de Giles, Juan de Vergara, Pedro de Rojas y Acevedo, Gaspar de Gaete, Roque de San Martín, Cristóbal de Mancha y Velasco, todos ellos grandes comerciantes y burócratas adquirentes de predios rurales y agraciados por un poder institucional que constituyó una fuente complementaria de acumulación: las mercedes reales (Banzato, 2005: 66-67).

El surgimiento de la economía ganadera reposó no tan sólo en la caza de cimarrones (empresas de vaquería), sino que asociaba un amplio sistema productivo que, en 1661, atestigua un sector de 150 criadores, grandes y medianos (Levillier, 1918: 16). Hacia 1670 ya se computan en “explotación más de cincuenta estancias en las cercanías de Buenos Aires” (Fumiére, 1938: 6). Ello posibilita inferir el peso específico del sector ganadero de matriz terrateniente, dado el mayor tamaño que tiende a prevalecer entre los establecimientos situados en áreas alejadas de la ciudad, en donde la especialización en la cría de vacunos y mulares contrasta con la vocación mixta de los predios contiguos al ámbito urbano (González Lebrero, 2002: 124-127).

La vitalidad comercial porteña se afianzó con la fundación de Colonia do Sacramento (1680), enclave luso-británico que traccionaba una interacción asociativa que expresó, hasta cierto punto, estrategias y variantes para absorber desequilibrios de acumulación empresaria. Entre esas variantes se distinguen modalidades de inserción exterior que los grandes actores adoptaron (transporte naval propio) para mitigar la discontinuidad del proceso acumulativo, según consta en documentos de don Juan de Narbona, Francisco de Alzaybar y Francisco Rodríguez de Vida (Pinasco, 1972: 163-165, 167-168 y 175). El tráfico con Colonia y, a través de ella, con Río de Janeiro y Londres, supuso un paso determinante en términos de apertura e inserción internacional, con repercusiones estructurales en el crecimiento agrario.

El replanteo del proceso de cambio y su correlato en la estructura agraria bonaerense encuentra puntos de apoyo en evidencia empírica, pues los Asientos negreros francés e inglés aceleran el ritmo aperturista (cuarenta buques franceses arribaron a Buenos Aires entre 1702 y 1714), en cuyo despliegue gravitó la articulación con el Brasil y Europa del norte por vía de una fuerte presencia lusa en Buenos Aires (Nocetti y Mir, 2009: 145-146).

Diversificar inversiones y disminuir riesgos tipifican estrategias de una elite que adaptó su estructura de negocios al contexto aperturista, fenómeno en cierta medida verificado con el relevamiento de su patrimonio territorial. Esto pone de relieve que el desempeño de la elite no se redujo a la operatoria del tráfico ultramarino, sino que, por el contrario, su perfil empresario asumió variantes de acumulación afincadas en el sector productivo; de ahí que su modus operandi excediera la lógica acumulativa de matriz comercial y adoptase, por tanto, vías de reproducción fundiaria.4

De los miembros de la elite activos en negocios rurales y gran propietario de estancias ganaderas, la figura del navarro Miguel de Riblos proporciona parte de la plataforma empírica para interpelar el paradigma dominante: en 1700 este empresario poseía 15 leguas cuadradas en los pagos de Luján, Areco y Arrecifes (Birocco, 1996: 74). A su condición de exportador de pieles añadía la de accionero de vaquerías, esclavista, fletero e influyente funcionario público, pues detentó los cargos de regidor, alcalde y comandante de milicias.

El proceso de apertura comercial (que descubre debilidades y fortalezas del núcleo del poder económico), provocó desajustes parcial y desigualmente compensados con un dispositivo institucional (mercedes reales) que dio sustento jurídico a la enajenación selectiva de tierras realengas en beneficio de individuos y corporaciones, revelándose las bases de una estructura agraria con fuertes criadores que pertenecían a la elite, como don José Ruiz de Arellano, retribuido con 85.000 hectáreas en Areco en virtud de una merced concedida por el gobernador Miguel de Salcedo en 1740 (Moreno, 1937: 20, 158; Frías y García Belsunce, 1996: 203-204).

La aproximación a esta estructura asoma en el padrón de 1726, que registra la existencia de 138 estancias (Azcuy Ameghino, 1995: 36), establecimientos donde prevalecía la actividad ganadera; más completos son los datos que proporciona el padrón de 1744, que han permitido identificar a 57 grandes propietarios respecto de un elenco total de 186 estancieros con títulos legales, de los cuales 129 poseían explotaciones de mediano tamaño (Weinberg, 1956: 90; Moreno, 1993: 30).

La valorización de bienes agropecuarios favoreció una reconversión productiva potenciada por el dinamismo de los mercados regionales, con su correlato de jerarquización urbana y del espacio rural. Hacia éste encauzaron parcialmente sus intereses ciertas figuras del poder económico, expuestas en grado variable a los avances de una expansión británica (South Sea Company) cuya primacía comercial tiende a comprometer, desde 1715, su endeble control del mercado local e interregional,5 pues entre ese año y 1739 recalaron en Buenos Aires 61 buques del Asiento inglés; esta operatoria deprime el umbral de beneficios de la elite al ingresar mercancías un 30 por ciento más baratas que las procedentes del circuito oficial (Aiton, 1928: 171; Segreti, 1987:124).

El proceso aperturista y su impacto en la lógica acumulativa del capital comercial se documentan en las anotaciones de un empresario luso-brasileño que, marginado de los grandes negocios, deploró la proyección ventajosa que la compañía inglesa afianzaba con la baratura y calidad de sus artículos, introducidos en escala considerable por la principal plaza naviera: “Em Buenos Aires achâo sse 7 navios inglezes enchendo todas as Indias de fazendas de maneira q. nâo passa castelhano algum a esta banda [Oriental] no tempo prezente com prata a comprar genneros” (Lisanti [1726] 1973: 272).

La rarefacción de metálico revela el desplazamiento de los actores del circuito luso y gaditano, fenómeno que entronca con la inversión de capitales en la economía ganadera, fortalecida con márgenes de rentabilidad que el procreo productivo consolidaba bajo estímulos del nuevo contexto, cuyo rasgo característico fue el derrumbe de precios de los bienes de importación (Cuesta, 2009: 85 y 89); por el contrario, cueros y vacunos acrecientan su valorización con el avance aperturista, toda vez que animales en pie y subproductos reportaban retributivos ingresos documentados en fuentes de primera mano (Tiscornia, 1983: 216 y 358).6

3. Expansión ganadera y dinámica exportadora

Concluido el proceso de reconversión del ciclo predatorio de haciendas salvajes, el cambio estructural que experimentó la ganadería bonaerense se tradujo, desde 1720, en un complemento estratégico para la lógica acumulativa de la elite que, si bien obtuvo sus principales ingresos del comercio ultramarino (con eje central en el contrabando), rentabilizó inversiones mediante una producción ganadera valorizada que redefinía su esquema de negocios,7 lo que instala interrogantes sobre su marginalidad absoluta en el patrón de acumulación.

Mientras las bases materiales del poder económico no acusaron demasiada mella por efectos de la apertura, los móviles de inversión agraria traducían posiciones bastante selectivas, asociadas en el siglo XVII a miembros de la elite que vendían ganado en el Alto Perú o asumían riesgos secundarios con arreglo a privilegios legales para el abasto exclusivo de carnes (Marquiegui, 1990: 314-315) y reaseguros dictados por previsiones de trasfondo especulativo. Y si parte de la elite permaneció fiel a la rutina especializada que presidía sus actividades, la lógica acumulativa del capital comercial tendió a priorizar reaseguros de rentabilidad: el sesgo inversor que se descubre entre los grandes comerciantes respecto de la economía agraria connota comportamientos flexibles de cara a los riesgos y oportunidades de la apertura externa.

Las condiciones expansivas del sector exportador se habían robustecido con los Asientos esclavistas, contratos extraordinarios que redundaron en la consecución de pingües negocios para el complejo portuario: el comercio de pieles. Entre 1708 y 1712 el Asiento francés embarcó 174.004 cueros8 y la South Sea Company formalizó transacciones que, durante el período 1715-1733, computan la adquisición de 380.818 cueros, de los cuales 184.505 (casi la mitad) se concertaron clandestinamente (Studer, 1984: 221). La expedición de pieles abarcó significativas remesas de distritos ajenos al espacio rioplatense (Cuyo y Tucumán), a cuya inserción exterior contribuyó el alto potencial de un rubro que redefinía la estrategia de los agentes exportadores fieles a la especialización.

En efecto, la operatividad del capital comercial trasvasó intereses rurales según indican múltiples testimonios; de ello da cuenta un mercado inmobiliario que trasunta el sesgo inversor en chacras y estancias por iniciativa de comerciantes urbanos,9 de progresivo anclaje para el afianzamiento del sector terrateniente. Se refuerza así un postulado que impugna el divorcio del capital comercial respecto de la propiedad agraria, capital posicionado “exclusivamente” en la esfera de la circulación.

El capital comercial priorizó funciones de intermediación sin apropiarse directamente de la producción (vincular esferas productivas y mercados resulta consustancial a su propia existencia), aun cuando agentes del poder económico adoptaron un perfil productivo al movilizar inversiones en la actividad ganadera.

La percepción de ganancias irregulares rige la lógica intrínseca del capital mercantil (comprar barato y vender caro), cuya capacidad para redistribuir excedentes vino supeditada por factores exógenos a una fuente continua de acumulación, de carácter plenamente autorreproductor (Merrington, 1982: 249). Esta crisis de acumulación parece explicar el interés patrimonial objetivado en inversiones productivas ante los desafíos impuestos por una apertura que afectaba a los beneficiarios del patrón hegemónico.

El correlato directo de la tendencia inversora en la economía agraria se observa en los números oficiales del sector ganadero; si el cómputo del rebaño doméstico totalizaba 31.500 bovinos, según acredita el censo de 1713, tres décadas después (1747) las existencias ascendían a 400.000 cabezas, respuesta traducida en un salto cuantitativo de magnitud (trece veces).10 Más aún, en 1750 el 21 por ciento del valor total del comercio exterior provino de embarques de cueros, sebo y tasajo (Giberti, 1986: 40), lo que relativiza el razonamiento que resta relevancia a los excedentes pecuarios en la dinámica exportadora.

A esta expansión ganadera concurrió asimismo la vitalidad de otro actor del escenario rural, representado por una economía campesina de dimensión etnosocial determinante según apuntan distintos indicadores (Saguier, 1993: 30): las migraciones regionales expresan la complejidad del proceso de cambio, dadas sus implicancias fundantes en la configuración de la campaña, en parte extensibles a la fuerza de trabajo africana por su inveterado desenvolvimiento en el sector productivo.

Este sector subsumía a las carnes saladas (tasajo, lenguas), rubro subsidiario del tráfico principal que evolucionó según los avatares de la trata y del transporte marítimo, ávido de alimentos para gestionar la logística del tornaviaje. La manufactura de tasajo y charque viene referida en registros privados que sugieren la orientación del negocio: el trajín carretero y la actividad exportadora arrojan luz sobre una industria doméstica que involucró actores urbanos, aunque dispersa también en “haciendas de campo”.11 Éstas producían vacunos y mulares para los centros mineros del Perú y novillos que Buenos Aires demandaba bajo imperativos del abasto público; hay que puntualizar la remisión de carne salada con destino a las plantaciones azucareras (Brasil), un excedente que satisfizo, además, los requerimientos del mercado esclavista local y de tripulaciones navieras.12 Era una industria pequeña de carácter crítico, localizada en la campaña y el recinto urbano, acreditándose su surgimiento con mucha anterioridad a la creación del Virreinato y en modo alguno circunscrita al territorio de la Banda Oriental.13

La militarización de la frontera (Mayo, 1995:67) no hizo sino reflejar el movimiento expansivo que experimentaba la ganadería en el corredor porteño, a la que el Estado procuró proteger del poder beligerante indígena: desde 1740 el giro exterior de cueros dependía totalmente de explotaciones de cría (estancias de rodeo), invadidas por los indígenas tan pronto languidecen sus fuentes de provisión de rebaños salvajes (Barba, 1997); este proceso recrearía ensayos de poblamiento fronterizo, discutiéndose la posibilidad cierta de emplazar un puesto fortificado en proximidades de las Salinas; la importancia estratégica de éstas en el funcionamiento del complejo portuario luce explícita, pues en fecha temprana como 1722 el Cabildo denomina a la ruta de suministro Camino Real de las Salinas.14

4. Conclusión

Estancamiento de la actividad ganadera y primitivismo asociado a las faenas de matriz predatoria durante los siglos XVII y XVIII (Montoya, 1984: 51). Industria de salazón surgida a fines del régimen virreinal en la Banda Oriental. Puerto semicerrado y sometido a políticas de aislamiento que relegaron la integración de Buenos Aires al comercio atlántico. Intermediación pasiva manejada por una elite ajena a las actividades agrarias. Fórmulas de invocación habitual en la práctica historiográfica que no parecen reflejar la real complejidad del proceso de cambio en el que se inscribe la economía exportadora de esos siglos, especialmente en lo relativo a la relación entre la elite local y el patrón de acumulación agrario.

Las condiciones de apertura constituyen un factor decisivo para explicar la especificidad del proceso económico que afectaba a la plaza naviera y su entorno, en cuyo despliegue detectamos estrategias de diversificación que acentúan el perfil polivalente de figuras clave del alto comercio. En tales condiciones el rol del Estado colonial reviste creciente protagonismo respecto del hinterland rural, cuya explotación tiende a expandirse conforme aumentaron los incentivos de inversión productiva (Ras, 2001: 43-44).

El afianzamiento del sector terrateniente exigió proteger la propiedad jurídica de sus medios de producción (Arceo, 2003: 161-162), lo que denota el papel del Estado en cuanto a legalizar no sólo la pauta restrictiva de la fuerza de trabajo necesaria para la explotación (cuya autonomía encarecía su precio de contratación), sino respecto de los reaseguros institucionales que garantizaban la continuidad de distintos instrumentos de apropiación fundiaria.

La organización de nuevas “estancias de cría” en la década de 1720 (Garavaglia, 1999: 216) tuvo como contrapartida resguardar el corredor productivo de los asaltos indígenas, mientras el sector exportador apuntalaba la infraestructura operativa con ayuda de una industria de bastimentos: los requerimientos de abasto salinero se ampliaron tan pronto el comercio rioplatense potenciaba su inserción internacional con excedentes primarios de sostenida demanda.

Desde 1735 el Estado planificó una expedición anual hacia el reservorio de las Salinas pampeanas, travesía que impuso arduas negociaciones previas para mantener el acceso abierto. El propósito de garantizar la seguridad del complejo portuario conspiraba con el debatido proyecto de movilizar una poderosa fuerza colonizadora como avanzada de poblamiento, dado que la Corona dispuso no debilitar la guarnición urbana ante el riesgo de amenaza ultramarina.

Sin embargo, la metrópoli española alentaría acciones ofensivas bajo la égida del Estado colonial, afectando recursos fiscales para una conquista militar del espacio indígena, con epicentro en el Salado del sur, área que concentraba la mayor reserva de tierras realengas susceptible de explotación (Azcuy Ameghino, 1994: 200).

Los reaseguros estratégicos de la elite se exteriorizan a través de su desempeño inversor en inmuebles rurales, sustentado en niveles de rentabilidad que ofrecía la valorización semoviente en un contexto expansivo (Ras, 1994: 441). Los miembros de la elite que acreditan inversiones en la esfera productiva constituyen parte de la plataforma empírica para replantear los fundamentos agrarios del cambio económico y sus proyecciones sobre el patrón de acumulación: Juan de Narbona (Banda Oriental-Magdalena), José Ruiz de Arellano (Areco), Juan Antonio Giles (Areco), Juan de Vetolaza (Conchas), Juan Antonio Lezica (La Matanza), Tomás de Monsalve (Cañada de la Cruz), Baltasar de Quintana Godoy (Arrecifes), José Rivadavia (Banda Oriental), Francisco Rodríguez de Vida (Magdalena), Adrián Pedro Warnes (La Matanza), José de Andujar (La Matanza-San Pedro), Gaspar de Avellaneda (Magdalena), Domingo Basavilbaso (Banda Oriental), Francisco Díaz Cubas (Arrecifes-Magdalena), Juan de la Palma Lobatton (Arrecifes), Antonio de Larrazábal (La Matanza), Juan Bautista de Sagastiverria (Riachuelo-Magdalena), Marcos José de Riglos (Areco), Tomás de Arroyo (Magdalena), Francisco de Merlo (Conchas), José Ferrera Feo (Arrecifes); nómina compuesta por grandes y medianos propietarios, influyentes en instituciones públicas y de futura representación corporativa (Moreno, 1937; Bustillo, 1972; García Belsunce, 2003; Salas, 2006; Mir, 2008).

Si la transformación urbana que trajo el proceso comercial es un rasgo distintivo del auge aperturista, no menos notoria fue la jerarquización agraria que cristalizó con el crecimiento extensivo de una economía ganadera beneficiada por el avance territorial (de 1.200 kilómetros cuadrados en 1582 alcanzó, en 1744, 8.990), espacio en donde el acelerado flujo migratorio reconfiguró el entramado social, y dotaría de soporte crítico al principal sector demandante de mano de obra: los grandes y medianos estancieros.

 
Notas

1 Veitia Linage ([1672] 1945: 161-162).

2 AGI, Escribanía de Cámara 895-C.

3 AGN, IX, 14-7-20.

4 AGN, IX, 10-6-3. Ventas y donaciones (Terrenos) 1725-1809.

5 AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo, s. II, t. III, 1926, pp.291-292. Acta de 21-03-1716.

6 Acarette ([1658] 1867: 19); Robles ([1704] 1980: 51). Acarette fue un comerciante vasco que describe aspectos de la vida social y económica con una verosimilitud reconocida por la crítica historiográfica (Moutoukias, 1988: 178).

7 AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo, s. II, t. VI, 1928, pp.702-708. Acta de 22/08/1733.

8 AGI, Charcas 213. Cerca de 35.000 unidades anuales.

9 AGN, Sucesiones, 5335, 5869 y 7259. Familias Cabral de Ayala, Fernández de Agüero y García Nieto.

10 Datos de José Cardiel [1747] transcriptos por Furlong (1953: 119).

11 AGN, Sucesiones 6247.

12 AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo, t. XII, 1914, p.27. Acta de 13/02/1664.

13 AGN, Campaña del Brasil. Antecedentes coloniales, t. I (1535-1749), Buenos Aires, Kraft, 1931, p.458. Carta del gobernador Baltasar García Ros al rey de España (7/12/1715).

14 AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo, s. II, t. IV, 1927, p.566. Acta de 21/08/1722.

Fuentes documentales inéditas utilizadas y sus abreviaciones

AGI (Archivo General de Indias-Sevilla). Escribanía de Cámara 895 C.

Contratación 5070 B. Charcas 213.

AGN (Archivo General de la Nación-Buenos Aires). Sala IX, 10-6-3. Ventas y donaciones (Terrenos) 1725-1809.

Sucesiones 5335, 5869, 5873, 6247, 7259.

 

Fuentes documentales éditas

Acarette. Relación de un viaje al Río de la Plata y de allí por tierra al Perú [1658] (1867). La Revista de Buenos Aires, t. XIII.

AGN. (1907-1934). Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 4 series, 83 v. (AEC).

AGN. (1931). Campaña del Brasil. Antecedentes coloniales, t. I (1535-1749). Buenos Aires: Kraft.

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Levillier, R. (1918). Correspondencia de la ciudad de Buenos Ayres con los reyes de España, t. III (1660-1700). Buenos Aires: Municipalidad.

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Recibido: 25-11-2013
Aceptado:
24-06-2014
Publicado:
04-12-2014

 

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