Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales.
Universidad Nacional de La Plata. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad de Buenos Aires
Argentina
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Resumen
Josep Salrach elaboró una obra sobre las crisis de carestía en la historia. La visión es muy amplia, tanto en la dimensión cronológica como espacial, y permite comparar las crisis precapitalistas con las de sociedades contemporáneas. El autor analiza estas caídas económicas y demográficas en conexión con cada sistema. Junto a los mecanismos que desencadenaron el hambre (desde la lógica de la economía doméstica a las grandes políticas de Estado), pasa revista a las estrategias que se implementaron para superar la calamidad. En el presente artículo se destacan los puntos fundamentales del estudio y se los ubica en su contexto historiográfico.
Abstract
Josep Salrach wrote a work about scarcity crisis along history. The vision is broad, both in a chronological and in a geographical dimension. This allows comparing the pre-capitalist crisis with those occurred in contemporary societies. The author analyses these economic and demographic declines in connection with each system. Along with the mechanisms which unleashed the hunger (from the domestic economy logic to the state policies), he reviews the strategies which were used in order to get over the disaster. In this article the main points of the book are highlighted and placed in their historiographical context.
Comentario sobre El Hambre en el Mundo de Josep Salrach(1)
Josep Salrach es bien conocido en el medievalismo por sus contribuciones sobre la formación y funcionamiento del sistema feudal. En esta obra retoma en parte cuestiones de su especialidad, pero las supera ampliamente. Adoptando como eje las crisis de subsistencia y el hambre, recorre la cuestión desde la prehistoria hasta nuestros días. Este análisis, con grandes comparaciones, tiene afinidad con la sociología histórica, aunque metodológicamente se aparta de la prioridad del modelo característica de esa disciplina. Dicho en otras palabras, no adopta como principio un paradigma del cual lo real sería su representación, sino que su punto de partida son los datos de la realidad, y a partir de ellos sistematiza y reflexiona. Este método, propio de los historiadores, no implica una renuncia a exponer categorías: la obra se inaugura diferenciando entre hambres catastróficas y subalimentación con estados prolongados de desnutrición, o sea, hambre crónica. La clasificación no se extingue en las primeras páginas, ya que en el transcurso de la obra aparecen otras formas, como las "hambres de soldadura" (p. 106), cuando las reservas se agotaban antes de que llegara la nueva cosecha. Una secuela de las diversas carencias temporales fueron la carestía y la mortandad, situaciones que precipitaban las crisis. En este punto la elaboración se conecta con reconocidos análisis de la historia social clásica. Tampoco desdeña el aspecto biológico del asunto, como las derivadas enfermedades de carencia.
Esta orientación no presupone que el autor incursiona sólo en las variables objetivas del ecosistema (rentas, productividad decreciente, alza de precios) sino que aborda también las relaciones de dominio y de explotación así como las luchas sociales y las reacciones del poder ante la crisis (desde el evergetismo romano hasta las ayudas de la época actual, pasando por las políticas de los municipios medievales). Por detrás de esas vicisitudes estaban casi siempre los efectos del clima sobre la naturaleza (la que puede ser considerada, como decía Marx, la gran maquinaria de la sociedad preburguesa), cuestión que remite al nivel de las fuerzas productivas y a la estructura social. En este punto se justifica que haya apelado a libros clásicos sobre las variaciones climáticas(2). La exposición nos conduce por un paisaje oscilante por el cual se pasa de cronologías y estadísticas a descripciones muy vívidas en las que no faltan el abandono de niños o el canibalismo (reiterado a través del tiempo), y aun la más terrible de las antropofagias, la paternofilial. Las bases de la información son diversas, aunque tienen un cambio fundamental en la arquitectura del libro. Mientras que para la temprana y la plena Edad Media apela a fuentes primarias (lo que coincide con la especialidad del autor), para otros períodos la elaboración se asienta únicamente en estudios secundarios. En todos los casos hace gala de un manejo solvente de las informaciones. Como debería resultar obvio de estas primeras consideraciones, este libro se distancia de una tendencia que predomina entre los historiadores españoles, que consiste en concentrarse de manera exclusiva en alguna región de la Península Ibérica(3). En suma, estamos ante una obra de importancia que interesa al lector de Sociedades Precapitalistas en muchos sentidos. Veamos cuestiones en particular.
Ante todo sistematiza informaciones o controversias que han preocupado tradicionalmente a los medievalistas: sobre las primeras plagas de langosta en Europa (en el siglo VI), sobre la relación entre hambre y peste o entre peste y hambre(4), sobre los rendimientos de los cultivos (descartando definitivamente el famoso y equivocado cálculo de dos por uno), y sobre la localización geográfica de algunas crisis, como la de 1315-1317 (con excesos de lluvias) padecida por Europa noroccidental y central, mientras que en la parte meridional del continente las peores hambres fueron en 1347 y 1374 (aquí el problema fueron las sequías). Estas precisiones rectifican algunos esquemas(5). Entre esa información está el aporte de la arqueología para develarnos que en época carolingia por ejemplo, la caza y la pesca eran irrelevantes en la alimentación del campesino.
La perspectiva de larga duración permite también detectar la gradualidad de ciertas prácticas. Cuando considera el tránsito de la agricultura de subsistencia a la capitalista, el autor pone de relieve la importancia que tuvo la reducción del barbecho gracias a una rotación regular de cultivos que incorporaba plantas forrajeras y leguminosas, lo que se tradujo en una mejora del ganado. Si esto es bien conocido no lo es tanto la conjetura acerca de que esa transformación se habría iniciado en la Baja Edad Media en los Países Bajos, lugar donde se dio una primera forma de agricultura capitalista (pp. 202 y s.). En este punto, la comparación se establece entre lugares en los que las transformaciones agrarias capitalistas se imponían de manera temprana (a los que debe agregarse Inglaterra), y otros como Francia, donde "la revolución agraria llegó tarde y parcialmente" (p. 205). Allí dominó el minifundio de subsistencia, perpetuándose rasgos que se habían fijado ya en la baja Edad Media(6).
Uno de los aspectos de mayor interés está en esclarecer el mecanismo íntimo de las crisis por pérdida de los equilibrios de la explotación en lo que se refiere a autoconsumo, siembra y excedente señorial (p. 81). El problema de la continuidad de la crisis después de un año malo no estaba, como se afirmó a veces, en la persistencia de condiciones climáticas desfavorables (o no era ése el único problema)(7). La raíz principal de esa continuidad estaba en que durante la crisis el campesino sacrificaba la siembra o parte de ella para comer algo, y así la extendía de un año a otro. Un encadenamiento similar sucedía si para paliar el hambre el campesino comía el ganado, con lo cual no sólo bajaban las reservas alimenticias para el futuro sino que también se podían eliminar los animales de labor. En este punto al análisis se concentra adecuadamente en la célula elemental de la economía feudal, foco de atención que no es ajeno a la influencia visible de Guy Bois (1976) en esta obra. El análisis tiene también sus puntos de contacto con los de Witold Kula (1974) (que el autor no considera), cuando afirmaba que ante las crisis el campesino reducía su propio consumo y debilitaba su inversión trabajo (la parte fundamental y aun exclusiva de la inversión), y con ello atentaba contra el nivel fisiológico mínimo que aseguraba su reproducción simple y la misma existencia de la unidad productiva. No obstante la pertinencia de esta consideración, el análisis de Salrach es más preciso en tanto apunta de modo directo a la esencia del asunto. En el fondo de esa calamidad estaba la oscilación del factor climático que ocasionalmente se explicita en la documentación.
El modelo general de caída de la producción de granos, aumento de precios, hambrunas y malestar social, que a veces se aplicó de manera mecánica para la sociedad feudal(8), es aquí apreciado con precaución. El autor tiene en cuenta de manera muy razonable que el campesinado se alimentaba normalmente de lo que él mismo producía, y que por lo tanto el grueso de la producción alimentaria no pasaba por el mercado (pp. 82 y s.). Coincide en esto con otras elaboraciones similares, aun cuando al parecer no han tenido influencia en esta obra(9). Esta fundamentación permite separar la mecánica de la crisis agraria pleno medieval de la moderna: en la primera los mecanismos de mercado eran marginales, y recién desde la última parte de la Edad Media comenzaron a tener un mayor protagonismo. En este aspecto, el problema radica en los asalariados que adquirían los bienes de consumo por intermediación mercantil. Este sector (que creció desde los siglos XIV y XV en adelante) era el primer afectado por las carestías, y por eso reaccionaba contra los mecanismos de mercado que veía corporizados en intermediarios y comerciantes. Como mostró E.P. Thompson (1991) la ley de la oferta y la demanda se oponía a la economía moral del consumo (un derivado de la antigua auto subsistencia familiar), y a ello se agregaban las maniobras especulativas de esos mercaderes, faceta que el autor señala. En suma, esta diferencia debe tomarse en cuenta para evitar anacronismos.
Un aspecto que pone de relieve el autor son las consecuencias religiosas de la calamidad. No se concentra en el tema, aunque alude a las prácticas rituales, y en este punto encontramos un apoyo para concebir la forma específica de la religiosidad campesina, signada por la divinización de las incontrolables fuerzas de la naturaleza de las que dependía su existencia.
De particular interés es haber puesto de relieve las múltiples crisis agrarias que se dieron en Europa occidental en la fase de crecimiento del sistema, en los siglos XI y XII (pp. 101 y s.). Los historiadores, cautivados por los roturadores y la expansión, suelen olvidar esas fases cortas de crisis. En parte ello se relaciona con el empobrecimiento de una parte del campesinado que pasaba a trabajar a jornal en un marco de diferenciación social de las aldeas, dato a tener en cuenta ya que corrige la inclinación de muchos especialistas de buscar esos fenómenos sólo en la Edad Media tardía(10). Además, estos datos deben valorarse en el momento en que debemos explicar el siglo XIV: para la fuerte regresión poblacional de esta centuria se debe considerar que las hambrunas de los primeros años (en especial la de 1315-1317), tomadas como preparaciones negativas de lo que luego vendría, no tuvieron el peso que a veces se les atribuyó en la gran tendencia de declinación de la población europea. Es lo que sugieren las crisis de los siglos XI y XII que deben ser tomadas como un ejemplo contra fáctico de que no evitaron la tendencia larga de crecimiento demográfico. Asimismo esas crisis de la expansión ponen límites al modelo maltusiano. Veamos esto.
Por un lado tengamos en cuenta que el nexo entre expansión hacia tierras marginales, descenso de la productividad y sobrepoblación relativa, es una correlación de variables que se constata en diversos escenarios, y en gran parte deriva del carácter extensivo de la agricultura en el feudalismo. Este aspecto, característico del modelo maltusiano ricardiano de Postan (1981) y Bois (1976), está presentado en el estudio que se comenta, en el que se articulan tres grandes confluencias: (a) las relaciones sociales de explotación, (b) las oscilaciones del clima y (c) el carácter extensivo de la agricultura que llevaba a rendimientos decrecientes y a la brecha entre población en crecimiento poblacional y productividad en baja que derivaba en hambres y mortalidad(11).
La suba de población con un peso decisivamente opresivo sobre los recursos está bien ilustrada por casos que se corresponden con el modelo maltusiano. Así por ejemplo, el hambre irlandesa de 1845-1848 (la última tradicional de Europa occidental) estuvo precedida por la tasa de crecimiento demográfico más elevada de Europa: entre 1750 y 1845, "la población se había triplicado y la relación entre población y superficie de cultivo llegaba a los 700 habitantes por milla cuadrada" (p. 244). Pero debe advertirse que no en todos lados se llegaba a ese límite y tampoco la citada relación de variables explica todas las caídas ni la recuperación en su totalidad. Es lo que muestran las mencionadas crisis cortas de fase A, es decir, de un tiempo en que la contradicción entre recursos y población no había llegado a su desenlace de tensión ni se había avanzado irrevocablemente sobre tierras marginales. Esto es evidente para el siglo XI, centuria en la que Salrach registra cuarenta y ocho años de crisis de subsistencia como mínimo entre el Loira y el Elba (p. 101). Lo mismo nos muestra sobre los años malos del siglo XVI (pp. 180 y s.). En un análogo sentido contra una aplicación irrestricta del modelo maltusiano puede agregarse que regiones como Castilla o Sicilia nunca tuvieron exceso de población en la Edad Media, pero conocieron la pulverización de las unidades productivas, el crecimiento de trabajo asalariado y la caída demográfica del siglo XIV (Astarita, 2005; Ladero Quesada, 1995; Day, 1974; Epstein, 1991).
Otro punto que debería revisarse con respecto a la regulación homeostática del modelo ricardiano maltusiano está en el cambio de dirección del ciclo. Por ejemplo, en la recuperación demográfica que se inicia en 1450, además de la recuperación por retracción hacia mejores tierras y abandono de suelos marginales, ¿no deberían tenerse en cuenta los efectos de la protoindustria? Al respecto debemos recordar que, como se ha dicho, la incorporación del trabajo no calificado de mujeres y niños, ya sea en el Kaufsystem o en el Verlagssystem, habría llevado a una híper reacción demográfica ascendente (Kriedte, Medick y Schlumbohm, 1986).
Cuestiones de esta entidad matizan el dominio del modelo en la interpretación y extienden la consideración de las relaciones sociales. Al respecto debería pensarse que la lógica demográfica no sólo está en relación con el modo de producción (y como muestra Salrach, la llegada del capitalismo a una posición dominante en Europa implicó cambios sustanciales en las hambres desde mediados del siglo XVIII y más aun en el XIX) sino también en conexión con la formación económica social como un todo. Es una perspectiva de interés para sociedades complejas con más de un sistema económico en coexistencia o para largas fases transicionales, en las cuales se articulaban dinámicas de agricultura extensiva (sometidas a rendimientos decrecientes) con áreas de manufacturas que, sin perder necesariamente el carácter extensivo de su dinámica, replanteaban otra lógica poblacional.
Las conexiones entre distintos lugares, cada uno con su centro y sus periferias, era un eslabón inevitable de una obra consagrada a este tema, en tanto tuvieron protagonismo los flujos comerciales de materias primas. Sobre el tema el autor apela al concepto de economía mundo de Wallerstein (1979) y Braudel (1984) para ver esas conexiones desde la baja Edad Media en adelante. Expone en este tema una visión poli céntrica. Nos habla de seda en China, algodón en la India, lana en Europa, con grupos de mercaderes hegemónicos: árabes en África oriental y las costas occidentales de la India, chinos en Asia oriental, indios en el océano Índico, italianos en Europa occidental, a lo que se agregan los mercados interiores de África y los espacios americanos precolombinos de intercambio (pp. 289 y s.). Este sistema continuó con modificaciones hasta el siglo XIX, cuando terminó de ser reformulado por el colonialismo capitalista. En efecto, el cambio no fue repentino, ya que se logró a partir de una progresión gradual de los países europeos en un proceso en el que Portugal fue una avanzada, primero sobre las costas africanas y luego llegando al Índico en 1498 (p. 292). Un mérito de Salrach es haber partido de esa pluralidad para detectar mecanismos, como la anulación de las manufacturas de la India por los ingleses, que llevaron al mercado mundial de la actualidad (a lo que se agregó la dinámica de Japón sobre China (p. 306)). El resultado fue un Tercer Mundo con sus hambrunas como creación histórica del imperialismo (p. 314). Con esa evolución se cambió la teoría económica: en los países económicamente victoriosos se pasó de la defensa del proteccionismo al dogma del libre comercio, cuestión que tiene una íntima relación con una actualidad que el autor no desconoce(12). Esta doble perspectiva, de multiplicidad inicial, en correspondencia con modos de producción que describían evoluciones geográficas acotadas, y unicidad de un mercado que impondría universalmente la disciplina del precio, debería ser tomada en cuenta por todo historiador del precapitalismo.
La pregunta que se impone ante estos cambios de posición lleva a un tema clásico. Europa terminó dominando la economía mundial, pero la productividad de sus cereales no llegaba al 8 por 1 en tiempos en que China había alcanzado un rendimiento de arroz de 20 por uno, lo que explica su alto crecimiento poblacional entre 1650 y 1850 (pp. 301 y s.). La pregunta es ¿porqué Europa?(13) Salrach da respuestas circunscriptas al problema que le preocupa, el hambre, pero es evidente que esto plantea conexiones muchos más amplias.
Una obra que recorre un panorama tan extenso, tanto en la cronología como en el espacio, permite apreciar la duración de los fenómenos. Por ejemplo, el proceso de expulsión de tierras para crear zonas de pastos, que en Gran Bretaña se constata ya en el siglo XIV, se continuaba en las primeras décadas del XIX (p. 250). La idea medieval de atribuir la culpa de las catástrofes naturales a la cólera divina por los pecados del pueblo o de sus gobernantes, era reiterada por Tolstoi para explicar el hambre rusa de 1891-1892 (p. 254). El campesino ruso por su parte desplegó la ancestral lógica de subsistencia de todo el campesinado tradicional para defenderse de la política que los bolcheviques aplicaron en sus primeros años de gobierno, y con ello provocó una drástica caída de la producción (264). Es así como negando excedente para la revolución socialista se reiteraba una de las huelgas de renta de las que hablaron los medievalistas, y se volvía al pasado con el hambre de 1921. El campesino apelaba así a la estrategia de la tortuga que mostró Kula (1974) cuando las cosas se ponían difíciles, y que usó en circunstancias muy distintas de la historia. Esa crisis se superó con la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin, pero la presión del partido hizo que luego se retrocediera a lo que se había hecho en los primeros años, con lo cual el campesinado reiteró su defensa reduciendo la producción y provocando el hambre de 1932-1933 (pp. 269 y s.)(14). El mismo fenómeno con consecuencias catastróficas se daría en el "Gran Salto Adelante" de China, entre 1958 y 1961, por el que se pretendieron imponer desde el partido las comunas sobre un campesinado no preparado para esa transformación (pp. 373 y s.). La perspectiva histórica permite así comprender una contradicción sistémica que se expresaba en el contraste entre los sectores que deseaban una transformación radical con un "socialismo científico" impuesto burocráticamente, y los campesinos que se refugiaban en el pasado. Como historiadores nos importa destacar que la lógica de las sociedades históricas reaparece en actores del presente. Para el que estudia las sociedades precapitalistas la noción general del proceso lo esclarece, permitiéndole detectar desarrollos acabados de los cuales sólo ve en su campo inicios como potencialidad, advertir similitudes que confirman hipótesis y conocer por la diferencia.
En definitiva, estamos ante una de las obras más importantes que se han elaborado en los últimos tiempos en España y que merece ser leída y discutida.
Notas
1 Salrach, J. M. (2012). El hambre en el mundo. Pasado y presente. Valencia: Universitat de València. Título original:(2009). La Fam al món: passat i present. Vic: Eumo Editorial. Traducción al castellano de Juan Vicente García Marsilla.
2 En especial: (Ladurie, 1967)
3 Esta una inclinación es muy pronunciada entre los historiadores del área castellana.
4 Se trata de una cuestión recurrente que se ha repetido en diversos análisis sobre la crisis del siglo XIV, al afirmarse que las crisis alimenticias de principios de esa centuria debilitaron las defensas de la población para enfrentar la peste. Como dice Salrach, la peste se desarrolló por sí misma y el sistema inmunológico no fue afectado por la subalimentación, aunque el hambre provocaba migraciones y extendía el contagio. Por su parte la mortandad producida por la peste sí afectó la producción y por lo tanto incidió en las hambrunas.
5 Esta precisión corrige algunas descripciones clásicas que situaban la crisis alimenticia de 1315-1317 como prolegómeno general de la caída demográfica secular. Ver por ejemplo: (Romano y Tenenti, 1971).
6 A pesar de que no lo cita, es de notar que esta diferencia es paralela a la que Brenner ha destacado en su modelo sobre la transición. Ver (Brenner, 1976, pp. 30-74).
7 (Pérez Moreda, 1980). En especial, primera parte: Las crisis de mortalidad en las sociedades agrarias del pasado.
8 Por ejemplo, Reyna Pastor de Togneri afirmó que las rebeliones burguesas de la España medieval coincidieron con una crisis de subsistencia entre los años 1114 y 1120, coyuntura que descubrió observando la relación de precios de cereal-bueyes. (Pastor de Togneri, 1973, pp. 13-101); (Pastor de Togneri, 1962, pp. 42-44)
9 (Moore, 2002, p. 80). Las rebeliones por crisis de abastecimiento y carestía se relacionaron con el hecho de que durante el Antiguo Régimen amplios sectores habían salido de la producción agraria. Ver también, desde el punto de vista conceptual acerca de la división de reivindicaciones populares entre asalariados y campesinos con tenencias, Seccombe, 1995.
10 Esta inclinación es en buena parte debida a la influencia de Maurice Dobb (1971) y a las cuestiones relacionadas con la formación del capitalismo.
11 En este punto el autor no toma en cuenta las relaciones entre edad de casamiento y ascenso o descenso demográfico, asunto que ha concitado la atención de los especialistas y desató controversias. Esta omisión se debe a que se apoya en los mecanismos globales de corrección endógena del ciclo. Esos microrreguladores tuvieron su importancia en las controversias sobre la primera etapa del dominio feudal. La hipótesis de Coleman, 1974, acerca de sobre mortalidad de niñas por infanticidio, fue rebatida por Toubert, 1986, que habló de una demografía en crecimiento relacionada con una edad muy temprana de casamiento de la mujer. Por el contrario, después del año 1300 se habría impuesto una edad tardía de casamiento de la mujer. Ver al respecto, Seccombe, 1995. Aunque esto último no es plenamnte aceptado por los especialistas, o no es aceptado para todos los lugares de Europa, algunos autores, como Pérez Moreda, 1980, privilegiaron este factor que, junto a una elevada tasa de celibato, habría actuado como microrregulador compensatorio de la mortalidad.
12 En p. 429 Salrach se refiere a las políticas de ajuste y de libre cambio indiscriminado que ordenaron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y que llevaron a las revueltas de hambre de San Pablo, en 1983, de Túnez en 1984, de Caracas en 1989 y de diferentes ciudades de Argentina en 1989. Idem, en p. 432, se refiere al descrédito de esas políticas después de las crisis asiática de 1997 y argentina de 2001, así como al crecimiento de América Latina al abandonar las recetas del "consenso de Washington". Al respecto cabría decir que una política heterodoxa como la que actualmente aplica Argentina u otros países como Venezuela, no asegura ni un crecimiento constante ni el fin de la explotación, aunque sí pone de manifiesto que las políticas del FMI son las que aseguran la más alta extracción de plusvalía y la menor defensa de los trabajadores.
13 Tema clásico de la sociología histórica y del materialismo histórico, tratado por autores como Moore, 2002, fue actualizado por Mitterauer, 2008, que se planteó justamente esa pregunta, aunque no con relación específica al capitalismo sino al sistema político y e elementos culturales.
14 En este problema Salrach elude la explicación idealista clásica centrada en Stalin para dar cuenta de esa vuelta a la coerción para enfrentar la cuestión campesina. Esa visión idealista estuvo en la denuncia del estalinismo que hizo Nikita Krushev en el XX Congreso del PCUS, en 1956. Todo el problema se reducía a Stalin, y de allí derivó el concepto de "culto a la personalidad" como explicación mágica de todos los males del período. Salrach muestra que en verdad hubo un choque entre dos grandes sistemas de pensamiento encarnados por clases y sectores también diferentes, desde el momento en que fueron los cuadros del partido los que no aceptaron el bienestar logrado por el campesinado. Este criterio está también en Löwy, 1973. Al respecto cabe decir que Bujárin tuvo en esos años una visión lúcida, similar a la que tuvo Lenin en la elaboración de la NEP.
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