Sociedades Precapitalistas, vol. 9, e039, enero-diciembre 2019. ISSN 2250-5121
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Sociedades Precapitalistas (CESP)

Dossier: Acción política y comunidad en la baja Edad Media

La trayectoria agermanada del antagonismo al duelo. Análisis clasista de una revuelta social en la primera crisis feudal

Mariana Valeria Parma

Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires, Argentina

Cita sugerida: Parma, M. V. (2019). La trayectoria agermanada del antagonismo al duelo. Análisis clasista de una revuelta social en la primera crisis feudal. Sociedades Precapitalistas, 9, e039. https://doi.org/10.24215/22505121e039

Resumen: Uno de los estudios destacados en la historiografía especializada acerca de la revuelta agermanada (1519-1522) lo constituyó la indagación acerca del sujeto de la acción insurgente que afectó las relaciones entre la monarquía y los súbditos en los territorios catalano-aragoneses. En este artículo, centramos nuestro análisis en el clivaje entre moderados y radicales que tradicionalmente fue considerado clave en el bloque rebelde, para indagar los caracteres y el origen de esta fractura, partiendo de una lectura en términos sociológicos del antagonismo provocado por la revuelta, indagando los factores que conllevan a la construcción de estos bloques, destacando la importancia de la corriente radical-plebeya, para finalmente conceptualizar en términos teóricos la importancia de esta lectura material-política para la interpretación clasista del conflicto social.

Palabras clave: Revuelta, Clases sociales, Antagonismo , Moderantismo agermanado, Radicalismo agermanado.

The agermanada trajectory from antagonism to the duel. Classist analysis of a social revolt in the first feudal crisis

Abstract: One of the outstanding studies in the specialized historiography about the agermanada revolt (1519-1522) was the investigation of the subject of the insurgent action that affected the relations between the monarchy and the subjects in the Catalan-Aragonese territories. In this article, we focus our analysis on the cleavage between moderates and radicals that was traditionally considered key in the rebel bloc, to investigate the characters and the origin of this fracture, starting from a sociological reading of the antagonism provoked by the revolt, investigating the factors that lead to the construction of these blocs, highlighting the importance of the radical-plebeian current, to finally conceptualize in theoretical terms the importance of this material-political reading for the class interpretation of social conflict.

Keywords: Revolt, Social classes, Antagonism , Agermanado moderantism, Agermanado radicalism.

Al filo de la construcción imperial y en momentos de una incipiente modernidad, cobró cuerpo la revuelta agermanada que, teniendo por epicentros el Reino de Valencia y secundariamente el Reino de Mallorca, influyó en la relación entre los súbditos y la monarquía en todos los territorios catalano-aragoneses. En 1519 los rebeldes lograron el control del poder local hasta 1522, cuando conocieran la derrota en el campo militar, dando a luz a una prolongada resistencia colectiva que progresivamente quedará invisibilizada dentro de los gestos impugnativos del “discurso oculto de los dominados” (Scott, 2000). Uno de los campos más fértiles de indagación en torno a este movimiento sociopolítico responde al interrogante sobre sus protagonistas; la historiografía especializada acuñó una interpretación dualista de los alzados entre moderados y radicales. En este artículo, nos proponemos indagar los caracteres y puntos de origen de este clivaje, partiendo de una lectura del antagonismo provocado por la revuelta. En el proceso de construcción de bloques, destacamos la importancia de la corriente radical-plebeya e intentamos conceptualizar la importancia de una lectura material-política para una interpretación clasista del conflicto social.

1. Perfiles sociales del antagonismo

La comprensión del antagonismo forjado por la Germanía debe partir necesariamente de la materialidad que condicionó y habilitó la acción rebelde. Advertimos una situación de virtual estrangulamiento productivo a nivel peninsular producto de una política real en favor de los intereses feudales y del capital extranjero. La Corona refrenda su alianza con los sectores nobiliarios y la Mesta consagrando la primacía ganadera y el estancamiento de la producción artesanal, supeditada al capital comercial extranjero. A escala rural, el proceso regresivo de refeudalización, con el crecimiento del señorío jurisdiccional y la sobrecarga de derechos señoriales, se suma al monopolio de trabajo mudéjar en perjuicio de los labradores cristianos. Esta realidad crítica se completa con los perjuicios derivados de la contaminación de la riqueza pública y el endeudamiento generalizado, y la crisis de subsistencia marcada por la insuficiencia triguera (García Cárcel, 1975: 20-33).

En la etapa previa al conflicto, las instituciones locales bajo control oligárquico, con la consiguiente marginación y exclusión de los no privilegiados y con sistemas impositivos y judiciales arbitrarios, habían gestado una sociabilidad violenta en el entramado urbano (Pérez García, 1990: 233-253). La crisis abierta a la muerte de Fernando el católico y la ruptura dinástica que supone el ascenso al poder de Carlos V, brindaron la oportunidad política para la acción colectiva (Pérez, 2001: 77-82). En la coyuntura de 1519, se produce la autoconvocatoria armada de los gremios, el adehenament, canal de reclutamiento militante para la gestación de un movimiento que al dotarse de una organización, la Germanía, se transformará en instrumento de resistencia política, pasando del pueblo en armas al replanteamiento de sus condiciones de existencia (Pérez García, 1996: 141-143).

El movimiento como gobierno local armado creó nuevos órganos de poder y llevó a cabo un programa de reformas en sentido progresivo, adoptando medidas de saneamiento fiscal, reducción de deuda pública, defensa del Real Patrimonio y procurando la ampliación de la participación política (Vallés Borrás, 1990). Esta ampliación fue determinante para la creación de un campo político polarizado en bloques antagónicos entre sectores privilegiados con sus vasallos y no privilegiados.

El sujeto protagonista fue la plebe, los populares, que tiene una intervención masiva. Los cronistas señalan que eran “sólo plebeyos y gente baja que estos no fueron ni son de consideración alguna ni se puede aplicar la culpa sino a ellos solos” (Viciana, 1972: 52). Básicamente son menestrales quienes le otorgan el componente esencial al conflicto, pero también labradores, es decir habitantes de las villas que vivían en las áreas rurales. La unión de estos dos grupos sociales tras las reivindicaciones agermanadas le dio al movimiento su impronta. Ambos grupos conformaban la población mayoritaria de los reinos; representaban la mitad de la población de Barcelona y de Valencia y mucho más de la mitad en Mallorca. Se constata la falta absoluta de agermanados entre las clases privilegiadas: ciudadanos honrados, donceles y caballeros (Durán, 1982: 369-370). El componente popular que imprimió radicalismo a las acciones definió el carácter social de la revuelta. Podemos distinguir tres niveles de compromiso: una dirección de menestrales y labradores; una minoría correspondiente a los sectores medios, letrados, clérigos y comerciantes; una base difusa de miserables y bandidos.

Pocos notarios y mercaderes adhieren a la Germanía que integran junto a los apotecarios y los cirujanos el estamento de los artistas (Durán, 1982: 391). Los notarios otorgaron protección jurídica y legalizaron el accionar rebelde. Esta solidaridad con los alzados se manifestó desde los comienzos de la revuelta. Cuando el rey consulta la opinión de los letrados, si tenían por justo lo que el pueblo hacía, “afirmaron que por justísimo; y que era muy en servicio de Dios y del Rey” (Escolano, 1611: 1468). Entre otros notarios al servicio de la Germanía, destacamos a los abogados del pueblo Soriano y Monfort, quien financió las embajadas ante el rey. De todos modos, el colegio notarial como tal se niega a sumarse y fue incluso multado por los rebeldes. Tras la derrota, algunos notarios reclamarán por los daños y perjuicios que generaron las situaciones de persecución durante el conflicto, particularmente en Mallorca.

Entre los sectores medios comerciales hallamos también muestras de solidaridad. Dentro del movimiento, Caro representa a la emprendedora clase mercantil valenciana de inicios del Quinientos. Pero los mercaderes fueron asimilados a los notarios y en Mallorca, sufrirán algún destrato como el “avalot” o tumulto contra la Lonja que culminó con la muerte de un mercader. Pocos de ellos se agermanan tanto en Mallorca como en Valencia, tan sólo diez mercaderes, y aparecen menciones entre los muertos en el campo de batalla (Durán, 1982: 391-392). Los sectores medios tuvieron escasa importancia cuantitativa, pero marcaron la impronta moderada inicial del alzamiento, sellando el curso legalista de las acciones. Los mercaderes, junto a los juristas y los notarios, vieron en la Germanía el camino para alcanzar reformas legales que facilitaran su entrada en el gobierno municipal, ya que hasta entonces la participación en el gobierno se limitaba a los órganos consultivos y administrativos, de escasa influencia política. El poder estaba reservado a los ciudadanos y los nobles, los únicos grupos sociales que podían ocupar la juradería y los cargos más relevantes de la administración (Vallés Borràs, 2000: 216).

Por su parte, la participación de los conversos en el movimiento debe interpretarse a la luz de esta problemática de los sectores medios en ascenso que buscaban su lugar en el gobierno controlado por las oligarquías urbanas. En su mayoría volcados a actividades prestatarias, tuvieron una importante presencia, conforme a la proporcionalidad demográfica en que integraban las profesiones liberales, las menestralías y las filas de los mercaderes y por el resentimiento de los mismos hacia una Corona que los obligó a una itinerancia fugitiva. Mencionamos los casos del Encubierto y Simó Borrell entre otros. Sin embargo, es imposible interpretar la revuelta como inspirada por conversos. Los mismos constituían un grupo heterogéneo, cuyos comportamientos no estaban dados por la pertenencia a esta casta sino por su ubicación social y sus intereses concretos. Sin duda, fueron los conversos los chivos expiatorios sobre los que se achacó toda la responsabilidad. El mote de judío fue colocado peyorativamente por los cronistas para descalificar el accionar rebelde. Máxime si se tiene en cuenta que los judíos no eran un sector demográficamente considerable en la Valencia del siglo XVI (Fuster, 1972: 56-57 y Vallés Borràs, 2000: 34).

En cuanto al clero bajo, sector que evoluciona a posturas cada vez más radicalizadas, desempeñó un papel clave como ideólogo, propagandista, mediador e incluso partícipe del ejército rebelde. El inicio de la revuelta está estrechamente vinculado a la prédica religiosa del fraile Lluís de Castellví, quien atribuyó las distintas tragedias locales naturales que vivía Valencia a los vicios de las personas y desató una cacería popular (Catalá, 1984). La predicación será una constante. Los franciscanos aparecen en las crónicas como instigadores de la Germanía, como fray García en Xàtiva (Memorial, 1884: 316).

Las órdenes mendicantes cumplieron además un importante papel como intermediarias en el conflicto. En algunos casos estaban comprometidos con la causa agermanada. Las jerarquías, en cambio, actuarán para la reducción del movimiento a la obediencia. Eran en general dominicos contrarios a los agermanados. Los capellanes fueron objeto de la ira rebelde en Mallorca, conforme a lo declarado por testigos judiciales (Informacions judicials, 1896: 143, 377, 699). El odio mallorquino a los monasterios se explica por haber sido refugio de traidores y enemigos del movimiento y lugar de protección de sus cosas de valor (Durán, 1982a: 390-391). La revuelta polariza las posiciones dentro de la Iglesia. Sandoval afirma que “en los monasterios y conventos hubo tanta pasión y bandos como en los de fuera. Tuvieron este día el Santísimo Sacramento descubierto, y estaban en dos coros en cada convento, partidas las monjas y frailes; los unos pidiendo a Dios victoria por los agermanados, y los otros por los caballeros” (Sandoval, 1955: 293-294).

El papel del bajo clero fue mucho más activo en el alzamiento, porque “andaban frailes en la guerra”, a los que se vio “pelear enfaldados sus hábitos, como un león, por ganar” (Escolano, 1611: 1555). La participación se confirma por los castigos impuestos tras la derrota (Viciana, 1972: 447-448). Así, letrados, clérigos y comerciantes formaron parte de la insurrección, pero no fueron sus actores centrales.

Los gremios fueron los primeros protagonistas de la Germanía; no solo por su intervención temprana sino por la magnitud de su compromiso. Su participación se deduce de las composiciones impuestas a los oficios; entre los que muestran una mayor implicación en la revuelta, sobresalen los de mayor poder económico y demográfico como los textiles. El movimiento reconoce una dirección en las menestralías: un cardador Joan Llorenç, un tejedor Sorolla y un terciopelero, el más radical, Vicent Peris. Los líderes de la Germanía fueron artesanos de escaso poder económico. Muchos de ellos eran inmigrantes en la ciudad de Valencia. Sorolla era natural de Sant Mateu (el Maestrazgo), Peris era de Segorbe, Urgellés de Ontinyent, avecindados antes de la revuelta. Un gran número procedían de fuera del reino, como los dos primeros Encubiertos, el andaluz Bocanegra, los aragoneses Jerónimo Soria y Johan Vicente, el clérigo portugués Johan Longo, el navarro Iñigo Enego (García Cárcel, 1975: 91-103). El alineamiento gremial fue exhaustivo. De los 640 agermanados mencionados en las crónicas, 385 eran maestros menestrales y de los 45 terciopeleros, el gremio más radical, 32 eran maestros. (García Cárcel, 1973: 130-133).

También en Mallorca la revuelta respondió socialmente a la agitación gremial. El gremio más potente en el que reclutaron sus fuerzas fue el de los pelaires, que representaban en la isla la cuarta parte de los menestrales (Santamaría, 1971: 36-39). Allí se observaba un absoluto predominio de los maestros, una pauperización y un dualismo entre maestros pobres y ricos y una abundancia de maestros sin oficiales. Antes de la revuelta, la participación política era simplemente consultiva y se hallaban excluidos de la esfera de decisiones (García Cárcel, 1973: 112-117). Los menestrales, la gente del mester, del oficio, representaban el 80% de las grandes masas urbanas de la sociedad bajomedieval. No conformaban una clase uniforme: reclutaban campesinos huidos, extranjeros, conversos, esclavos manumitidos, mercaderes empobrecidos. Pero todos eran artesanos y a la vez pequeños comerciantes. La calle aparecía como la prolongación del taller. La vida civil de estos actores incluía formas de sociabilidad no relacionadas con la producción o la familiaridad sino con la creación de sociedades de tipo político (Iradiel, 1993: 277).

El control de los factores clásicos (trabajo, capital y técnica) determina el paso del sistema de oficios al sistema gremial y, en la larga duración, las corporaciones adquieren carácter subversivo porque asumieron la construcción de premisas de los movimientos en formación o de los enfrentamientos posteriores. La transformación del sistema productivo explica el agravamiento de la conflictividad y la percepción o conciencia de las condiciones de existencia por los gremios (Iradiel, 1993: 272-277). Así, ni condes ni duques sino pelaires, cardadores y tundidores dirigen las acciones en contra del poder señorial.

Desde el punto de vista del espacio, la ciudad de Valencia tuvo un protagonismo incuestionable. Los agermanados se concentraron en los barrios de las parroquias de San Martín, Santa Creu y Sant Joan, típicamente gremiales. La mayor parte de los líderes rebeldes residían en la parroquia de San Martín (la casa de Peris estaba muy cerca de la Plaza de Pellicers). Sólo Llorenç y Jeroni Coll residían en Santa Creu. Caro vivía en un barrio más burgués, el de la parroquia de San Nicolás. Pero la Germanía no se limitaba al ámbito urbano (García Cárcel, 2013: 26-27). Fue un movimiento sociopolítico que, teniendo como cuna y escenario la ciudad, incluyó a villas y ciudades reales (como Oriola, Ontinyent, Biar, Alcoi, Bocairent, Borriana o Vilarreal; Elx, Alcudia, Onda, Carlet, Sueca, Silla, la baronía de Rugat o Albaida), lugares que conforman la vertiente rural y antifeudal de la Germanía (Terol i Roig, 2000: 56).

El movimiento invocaba la solidaridad menestral-campesina contra los enemigos de la res pública: los miembros de la oligarquía que dominaban villas y ciudades, por una parte; los señores, caballeros y vasallos mudéjares, por la otra. En la lista de confiscaciones y apresados tras la revuelta encontramos labradores, cuantificados como los “sin bienes” (García Cárcel, 1975: 245-265). Durante la incautación de bienes a los agermanados y su subasta posterior para resarcir los gastos de la Corte durante la guerra, se confirma esta presencia; así como en el listado de composiciones hechas en 1524 aparecen labradores calificados como tales y otros tantos casos en que no se aclara el oficio sometido a composición individual y que pueden corresponder a este sector (Piles Ros, 1952: 456-466).

La participación de los labradores operó a distintos niveles. Desde el punto de vista institucional, cuando se constituye la hermandad valenciana, hicieron juramento de lealtad los cuatro cuarteles de la contribución de Valencia. Formaron parte activa del gobierno agermanado, la Junta de los Trece, donde gozaban de un cargo fijo e integran las embajadas rebeldes al rey. Dentro del marco institucional, ocuparon un lugar entre los jurados plebeyos. En el aspecto militar, los “alardes”, impresionantes desfiles rebeldes, cuentan con la presencia de los labradores. Las ordenanzas de guerra otorgaron a estos actores la función de socorro desde Valencia hasta Aragón y Cataluña. También los sectores rurales fueron la base social de las decisiones del gobierno rebelde. Toda la operación de remoción de cargos y elección de jurados agermanados contó con la más amplia solidaridad rural. La alianza menestrales-labradores fue soldada en el transcurso de la revuelta cuando las incursiones del ejército nobiliario afectaron las huertas. El campo sirvió asimismo de refugio a los líderes en la etapa de la resistencia cuando sólo se mantiene la resistencia en Xàtiva y Alzira. La prédica del Encubierto, último líder agermanado, se dirigió hacia estos actores y sus prácticas tuvieron lugar en el contexto rural, del que extrajo base de apoyo y sustento (García Cárcel, 1975: 192-205).

Los labradores definen en muchos casos el curso de las acciones. El campo aparecía como medio que presionaba constantemente sobre la ciudad que dirige la revuelta. Los episodios más radicales llevan el sello de los labradores. Estos actores participaron de la toma de castillos, como en el caso de Morvedre, y resisten el sitio de Xàtiva. Fueron los labradores los que lograron imprimir mayores cuotas de radicalidad, como lo demuestra el curso de la revuelta mallorquina que adoptó líneas de clases más definidas. La población foránea controlará prácticamente el total del territorio, menos el fuerte de Alcudia donde se refugian los gentileshombres en la isla, luego de la matanza de Bellver. La Germanía controla zonas enteras, sometidas luego a castigo económico tras la represión. Los integrantes del movimiento evidencian una pobreza superior a los valencianos, donde la mayoría no llega a una libra en sus posesiones y los agermanados de la ciudad fueron con todo dos veces más ricos que los rebeldes de la parte foránea (Durán, 1982: 370-388).

La proyección rural definió el carácter de la revuelta mallorquina, enderezada contra toda posesión de riqueza y poder. La pugna permanente entre los campesinos de las villas y las clases privilegiadas de la ciudad se manifestó abiertamente. Los foráneos deseaban afirmar su personalidad comunitaria, aspirando a intervenir en las decisiones que afectaban a ciudadanos y foráneos. Por ello los labradores, movidos por la consigna antinobiliaria “el que deba, que pague”, participan orgánicamente en la subversión (Santamaría, 1971: 30-39).

De conjunto, los labradores conformaban un grupo superior dentro del campesinado integrado por los habitantes de pueblos grandes, que compartían la agricultura con el pequeño comercio o la industria artesana. A estos semicampesinos se les llamaba a veces “hombres de villa”, donde el concepto de “villa” tenía un valor relativo, ya que algunas de ellas eran verdaderas ciudades. La base del endeudamiento campesino repercute en la comunidad rural y conlleva a una progresiva diferenciación en el campo, cuya jerarquía interna se halla encabezada por una pequeña capa de labradores enriquecidos con explotaciones autosuficientes y una economía paulatinamente monetarizada que les permite arrendar rentas, invertir en deuda municipal y en créditos pecuniarios otorgados a los pequeños campesinos. La radicalidad del alzamiento rural guarda una estrecha relación con los límites que el régimen feudal imponía a la lógica de acumulación de estos actores. Asimismo, las masas campesinas de la Corona de Aragón se caracterizaron por un nivel de conciencia de clase más definido. La práctica del regadío llevó a estos huertanos a un espíritu de solidaridad poco corriente entre el campesinado y que se expresó en la constitución de cofradías (Furió, 1993: 531). La resultante fue la unidad menestrales-labradores, puesta de manifiesto durante la revuelta.

La estrecha vinculación entre la ciudad y el campo que la circunda se reflejó en la aparición de estratos sociales semicampesinos que participan activamente en el levantamiento, que dio paso a una adscripción masiva sobre todo en el período radical, cuando se acrecientan las apelaciones antifeudales y surge el liderazgo del Encubierto que refleja al campesinado hambriento (García Cárcel, 1975: 192-205). En el Antiguo Régimen, los límites entre lo urbano y lo rural son imprecisos: la Germanía fue una revuelta urbana siempre y cuando se incluya en las tensiones de la ciudad, la conflictividad que nacía puertas afuera de sus muros.

La ciudad también funcionó en la época moderna como “espejismo”, pues intenta absorber a toda una población que ya no puede vivir del campo, pero a la vez rechaza a quienes no han podido integrarse en su ámbito. Las crónicas señalan que en la revuelta “la mayor parte es advenediza, y extranjera y desamorada a esta tierra” (Viciana, 1972: 284). Podemos suponer que esta participación no fue tan pronunciada. El temor a las represalias a posteriori obligaba a descargar responsabilidades fuera de las ciudades. El argumento xenófobo se repite en la junta rebelde y en los jurados. Pero parece fuera de discusión el compromiso de estos actores en la revuelta. Algunos de ellos tuvieron una actuación destacada, como el capitán de Algemesí el vizcaíno Perucho, el gascón Joan capitán de Xàtiva y Perico Espinochi, antiguo soldado del lugarteniente general que enseñaba a los agermanados en Xàtiva el arte de la guerra. También en Mallorca se constata la presencia de comuneros castellanos integrando las filas rebeldes (Durán, 1982: 389-390). Pero la mayoría eran miserables y bandidos, un fenómeno social extenso. Estos sectores presionaron sobre el mercado laboral como masa de trabajadores mal utilizados y vagabundos, alimentando un persistente bandidaje. Superpoblación y regresión económica dictaban esta condición social y una tensión permanente. Fue incesante la procesión de pobres en los caminos europeos, dado que el aumento de las ciudades se produce en un contexto de expulsión de individuos de un lugar a otro. El fenómeno se extendió por todas las regiones del Mediterráneo y en la monarquía hispánica afectó a las rutas de Aragón y Cataluña (Braudel, 1987: 111-124).

Un último dato sobre la proyección social de la revuelta lo constituye la extendida participación de la mujer, que desempeñó el papel de soporte de la acción armada y, en ciertas ocasiones, como conductora del movimiento. Ayuda en la resistencia, líder y predicadora, la mujer se vio forzada a cumplir un papel importante desde el punto de vista militar. Así, en el sitio de Xàtiva, “acudieron doscientas mujeres labradoras, y puestas sobre ellos con morriones, cual con ballesta, cual con cantos, cual con hazas encendidos de cáñamo, y cual con calderos de aceite hirviente, que tiraban y arrojaban a los que subían, los hacían caer abajo heridos, abrasados, y quemados. El Virrey atónito del valor y diligencias de aquellas nuevas Amazonas, y avisado de un grande socorro que les venía cerca a los sitiados mandó tocar a retirar” (Viciana, 1972: 433). Estas “amazonas” anónimas no pudieron alcanzar más que un triunfo efímero. Su presencia en las crónicas revela la importancia cualitativa de la Germanía que había logrado despertar a la acción a los tradicionalmente ausentes del escenario político.

Frente al bloque rebelde, quienes disponían del monopolio del poder intentaron detener el proceso en marcha. Los nobles fueron los partícipes eminentes del bando reaccionario; en Valencia se mostraron desde el comienzo en contra del alzamiento y presionaron en favor de una salida armada. Los caballeros enviaron sucesivas embajadas al rey: la primera en diciembre de 1519, la segunda y la tercera tras el envío real del cardenal Adriano, de actitud más bien favorable a los rebeldes en enero de 1520 y, estando el rey ya en La Coruña a punto de marchar a Flandes los nobles enviaron nueva embajada denunciando tropelías por parte de los agermanados (García Cárcel, 2013: 28-29). La actitud quejosa por el incumplimiento de Carlos V a la jura de sus fueros, también temía las consecuencias de un movimiento antiseñorial en gran escala. Los temores de clase los conducen a presionar en favor de la guerra civil, ya que “no hay otro medio mejor que la guerra: y que todos los caballeros acudan al virrey y le sirvan con sus personas armas y bienes, para confundir y deshacer la germanía” (Viciana, 1972: 174).

La reacción incluía a los ciudadanos honrados, todos aquellos que detentaban juraderías (Durán, 1982: 393). Las exclamaciones de los menestrales en Mallorca se enderezaban contra gentiles y “hombres de honor que serán degollados” (Informations judicials, 1896: 479, 599, 763). Los antagonistas fueron caballeros, donceles y generosos. En el reino de Valencia se suman los señores jurisdiccionales, quienes fueron objeto de represalias por los vasallos agermanados, junto a ciudadanos honrados, ligados a los caballeros por vínculos de sangre e intereses. Los grupos constituían parte sustancial de los acreedores censalistas, el 80% en la ciudad de Valencia. Los traidores de la Germanía, los mascarats, eran “todos los que tenían ropa como son mercaderes, ciudadanos, boticarios y muchos otros”. Los caballeros, los nobles, eran directamente el enemigo (Durán, 1982: 54-55). La nobleza se alineó de manera compacta y aportaron un 60% de los préstamos “per raó y causa de la Germania” (García Cárcel, 1975: 159-160).

El bando antiagermanado se completa con los moros, vasallos de esta nobleza local. El odio popular se proyectó contra esta mano de obra que enfrenta a los rebeldes en batallas como la de Almenara o Gandia. Las aljamas por orden del virrey pagaron un ducado por casa habitada para contribuir a la financiación de la contrarrevolución (García Cárcel, 2013: 31). La tolerancia de los caballeros a las prácticas religiosas de sus vasallos fue motivo de irritación constante previo al conflicto. Eran económicas las razones de esta protección nobiliaria, “porque decían que si los compelían a ser cristianos no habían de pagar los tributos como moros” (Santa Cruz, 1920: 123). Con la radicalización progresiva, se suceden episodios de asaltos e incendios a las morerías por su carácter colaboracionista. Presentes en el centro de la escena desde los comienzos del alzamiento, los moros engrosaron las filas del ejército nobiliario y desempeñaron un papel clave en la represión al aportar económicamente a dicha empresa. Se confirma la importancia de las aljamas y de los moriscos ricos en el mantenimiento de una connivencia noble-morisca en Valencia hasta 1609. La función del préstamo señorial conllevó al endeudamiento morisco, que a su vez permitió a los señores hacer valer sus derechos sobre sus administrados. Las aljamas prolongaban el poder señorial, como aliadas y auxiliares (Halperín Donghi, 1955: 72-81).

El antagonismo social reseñado enfrentó a los sectores privilegiados con los no privilegiados. Se dividió verticalmente la sociedad de aquel tiempo. Joan Llorenç, el creador de la Germanía, empleaba una metáfora zoológica asimilando los caballeros a los cerdos y a los plebeyos a los perros, creando una acabada descripción de estos bloques ahora en lucha. La Germanía era un asunto entre la clase popular y los caballeros (Terol i Roig, 2000: 54-56). Otras oposiciones zoológicas emergen de la radicalización, como la de los lobos como metáfora de los grandes, opuesta a los corderos, los pobladores de lugares y villas, tal como aparecían en las coplas de Mingo Revulgo, en las profecías de Gonzalo de Ayora o en el tratado de Alamany (Gutiérrez Nieto, 1973: 155).

El antagonismo entre nobles y plebeyos reveló el carácter de la Germanía. La práctica comunitaria se definía por su comportamiento político, más que por su situación económico-social, otorgando unidad al movimiento y éste fue el sentido exacto de la palabra comunidad: sentido de Tercer Estado o Estado Llano (Maravall, 1979: 170 y Pérez, 2001: 492-508). Como en otros conflictos, el agermanado pasó a ser un adjetivo substantivado que refería a un estado y no a una condición, susceptible de cambios en su significación de acuerdo a las circunstancias, pero siempre indicativo de una polaridad que había nacido por la acción colectiva popular (Terol i Roig, 2002: 515). El sans culotte en el siglo XVIII como el agermanado en el siglo XVI fueron categorías políticas que expresaron una autodefinición y una distinción; un tipo ideal que dotó a las capas populares de identidad colectiva, para estimular el sentido de pertenencia y otorgar a sus enemigos una connotación política contrarrevolucionaria (Burstin, 2005: 73-137). Pero todo concepto político tiene un “sentido polémico” y puede ser “marca de identidad” pero también “arena de enfrentamiento” (Schmitt, 1998: 67).

2. La polarización sociopolítica en los tiempos del duelo

Delineados los contornos sociales de la revuelta, debe considerarse la divisoria de aguas provocada por el propio conflicto. Producto del doble proceso de politización y polarización ideológica, emergen dos alas o bandos. Síntomas de esta diferenciación interna lo constituyen la diferenciación base-dirección. La comunidad agermanada presionó por un accionar violento más allá de los deseos de la junta y “eran tantos los desafueros del pueblo, que sus Trece no sabían cómo reprimirlo”. La Junta impuso una férrea disciplina militar, pero este control no fue efectivo. El pueblo, por ejemplo, atacó la casa del virrey “voceando con apellidos muy escandalosos y de abominable gritería”, pese a que los de la junta “lo aborrecen y condenan” (Viciana, 1972: 48-49 y 108-109). Incluso la muerte del fundador del movimiento obedeció a esta causa, ya que al advertir “los atroces homicidios que habían cometido, dijo con gran sentimiento: Nunca se inventó para esto la Germanía” (Escolano, 1611: 1509-1510).

Varios episodios de cruenta violencia fueron repudiados por los Trece “porque nunca pudimos gobernar ni entretener la gente que llevábamos”. La comunidad resiste más de una vez las decisiones militares de sus jefes. En el caso de las horcas de Benicarló derribadas una y otra vez por la muchedumbre, los Trece habían ordenado su restitución. A veces, las derrotas militares son achacadas a los líderes agermanados, quienes debían pagar con sus vidas ante la comunidad. (Viciana, 1972: 164-166), que mantiene la resistencia, aun cuando los líderes agermanados habían firmado la entrega y reducción del movimiento, entonces “no osaban salir de una casa, de miedo que no le matasen”. La medida tal vez más radical adoptada por los agermanados, la abolición de los impuestos, nace precisamente de esta presión popular. Finalmente las decisiones jurídicas resultaban de esta presencia comunitaria que rebasaba el control de sus jefes (Viciana, 1972: 226-318).

Las diferencias junta-dirección son sólo un síntoma de la polarización política que abrió el conflicto; las actitudes se dividen para definir el curso de la Germanía. Los capitanes gremiales se diferencian entre quienes adoptan, como ala izquierda, una política dura e implacable y otros que se muestran partidarios de la conciliación y de procedimientos menos feroces intentando que el movimiento no desborde la legalidad. Ambas actitudes tomaron el relevo en la conducción del movimiento: primero la moderación y luego la radicalización (Fuster, 1972: 31). La historia del movimiento reconoce dos tiempos al calor de los acontecimientos: el del moderantismo y el del radicalismo agermanado. Es difícil rastrear la polaridad en términos de clase. Un dato indirecto podemos encontrar en los propios documentos oficiales; en ellos, entre las condiciones que impone el secretario real González de Villasimpliz para recibir a los agermanados, excluyendo al bando radical, figura que no fuese síndico ni capitán de oficio, sino menestrales acomodados del sector moderado, los llama “personas abonadas del pueblo” (Vallés Borràs, 2000: 179).

Indudablemente, en las filas del moderantismo se agrupan los sectores de mayor poder económico de la Germanía. Los notables y acomodados dirigentes que buscaban alcanzar derechos políticos, el saneamiento financiero y fiscal y medidas proteccionistas de la manufactura local, contrastan con los líderes o caudillos militares, la “turba de artesanos pobres”, los desocupados (fadrins) y los marginados, integrantes del bando radical. En palabra de Pérez García, estos últimos representaban “la Germanía ínfima, la de los desheredados, la de proletarios de estómagos vacíos que constituía un problema latente, un quiste en las entrañas de la sociedad del Antiguo Régimen”, mientras la otra Germanía era la “reivindicativa de los menestrales conservadores” (Pérez García, 1996: 174).

De las capas más pobres se alimentó el bando radical agermanado y en él se destacan los “guerreros plebeyos”, quienes expresaban las aspiraciones igualitarias de los sectores artesanos y campesinos peninsulares; producto de la democratización del uso de armas, reivindicando los derechos de violencia que ostentaba la nobleza, resistían cualquier forma de control social. Estos combatientes, bajo el mando de generales artesanos como Andreu Gomis, Simó Borrell, Miquel Estellés o Vicent Peris, no necesitaban adiestramiento, ya que se hallaban curtidos por mil batallas de la vida cotidiana de la plebe del Renacimiento (Pérez García, 1990: 270-271 y 301-304).

Para intentar cuantificar estos universos sociales en pugna, Terol i Roig parte de un hecho incontrovertible: el segmento más significativo del bloque moderado se decanta de la Germanía entre abril y mayo de 1521, tras haberse producido ya una primera reducción en julio de 1520. El autor brinda, para el caso particular de Ontinyent, estadísticas sobre 937 casos para reconstruir sus trayectorias individuales. Lo primero que señala es la magnitud de la polarización provocada por la Germanía que se revela en el porcentaje casi irrelevante de los neutrales y el 2,97% que alcanzan el grupo realista o mascarat, antagonistas de los rebeldes. La militancia agermanada con un predominio de los oficios textiles (el 60,53%) y un significativo porcentaje de labradores (el 18,66%) revela que no sólo fue mayoritaria sino también masiva. De este importante porcentaje de participación en la revuelta, en un primer momento antes del estallido del conflicto las primeras renuncias ascienden al 9,84%, mientras el grupo mayoritario que permanece en la hermandad, el 87,19%. A este aproximadamente diez por ciento debemos sumar las ocho renuncias de entre julio y setiembre de 1520 y las más de cien que hacen lo mismo para abril-mayo de 1521 para definir la magnitud de los enrolados en el moderantismo. El mayor peso cuantitativo, al menos en Ontinyent, favorece al bando radical. Del 87,19%, sólo desertaron para setiembre de 1521 el 11,42% y ninguno de los desertores pasó a engrosar las filas de los neutrales, sino que todos se integraron orgánicamente al bando realista que pasó del 9,84% al 21,26%. Por ello el grueso de la Germanía, el 75,77%, pertenecía al ala radical.

Las defecciones anteriores a la guerra ampliarán la base social de los antagonistas; un tercio de los pelaires, la capa más acomodada del oficio, lentamente se verá integrada a la reacción. De los 107 desertores, el 35,52% pertenecía al gremio de los pelaires, el más rico y poderoso, y no hay ningún terciopelero, el gremio más combativo, que abandonara el barco antes de tiempo (Terol i Roig, 2002: 509-520). Pero los números nunca pueden revelar demasiado sobre las apuestas militantes.

La emergencia de la fractura social condujo a la temprana gestación de fuerzas revolucionarias y contrarrevolucionarias cuya relación dialéctica construyó la dinámica de la fase final y decisiva del conflicto. Varios factores coadyuvaron a la creación de esta radicalización. Entre ellos cabe señalar la profunda extensión alcanzada por el movimiento que había generado adhesiones mayoritarias tanto en el ámbito rural como en urbano en los Reinos de Valencia y Mallorca, pero también logró conmover al Principado de Cataluña, provocó alteraciones en el Reino de Aragón y ejerció profunda influencia en el despertar de los levantamientos antifeudales castellanos que acompañaron el desarrollo del movimiento comunero (Durán, 1982; Gutiérrez Nieto, 1973).

Esta dimensión intrarregional provocó temores políticos y de clase. Pero el factor decisivo fue la asunción programática de la “cuestión feudal”, esto es la puesta en entredicho del régimen señorial a partir del ataque al vizcondado de Chelva, precedido por procesos espontáneos de incorporación al movimiento de vasallos rurales y por sucesivos derribamientos de horcas y símbolos jurisdiccionales. La irrupción de la lucha antiseñorial será determinante de un cambio cualitativo en el devenir de la revuelta. Dará lugar, de hecho, a tres grandes transformaciones del entramado político: la rápida conformación de un bloque antagónico contrarrevolucionario que presiona por la salida armada, el cambio en la política real que pasa de autorizar a criminalizar el alzamiento y, producto de estos giros reaccionarios de la escena política, se materializa un cambio en la conducción agermanada asumiendo el movimiento un programa y un accionar fuertemente radicalizados. Así se produce la sustitución de los líderes moderados (Llorenç, Caro, Sorolla y Monfort), la “mesocracia impulsora” por los caudillos engendrados en la dinámica bélica (Esteve Urgellés, Miquel Estellés, Vicent Peris y Simó Borrell), partidarios del enfrentamiento con la nobleza. Con ellos, la polarización política que nace con el conflicto se lleva hasta el extremo con la construcción de campos basados en la contraposición amigo-enemigo (Terol i Roig, 2000: 54-63). La nueva conducción alentó y consiguió declarar la guerra abierta, dando inicio a esa última fase que llevó la impronta de la violencia.

La diferenciación interna se asienta en dos visiones del poder y de la sociedad de matriz consensualista o conflictiva según el partido que se analice. Los moderados representaban los sectores más acomodados de la Germanía, los menestrales de mayor cuantía económica, los notarios, los mercaderes e incluso algún ciudadano honrado como Ros; de espíritu puritano, aspiran al logro de la representatividad política y la reforma de la administración municipal, desde el sistema de elección de cargos hasta el saneamiento de las finanzas públicas. El ala radical agrupa a los maestros más pobres, aprendices, jornaleros y asalariados urbanos, seguidos de una amplia masa de vagabundos y de los estratos más débiles del campesinado; de un carácter mesiánico especialmente intenso, aspiran a la igualdad social y a la eliminación de las formas de sujeción, presiden la lucha antiseñorial e incluso llegarán a plantearse la destitución real (Terol i Roig, 2000). Así las divergencias internas se explican por las expectativas de cambio distintas.

Subproducto obligado de la radicalización y la guerra será la defección primero y traición después de la facción moderada, particularmente de los maestros consolidados y los sectores medios urbanos. La nueva conducción, el colectivo radical, es más difícil de identificar, excepto por algunos pocos capitanes caídos en combate o bajo los estertores de la maquinaria de represión. En su gran mayoría, el radicalismo agermanado pereció en el campo de batalla o fueron víctimas anónimas de un terror blanco nobiliario que no deja huellas. Existe un denominador común a todos ellos y a la multitud de base que les siguieron al enfrentamiento: fueron los traicionados por los reformistas, los criminalizados por autoridades reales, eclesiásticas y municipales, los descalificados por los cronistas y los negados en su lucha política por románticos e historiadores; el componente igualitario de la Germanía fue estigmatizado como responsable de la derrota y de los peores males de la revuelta (Vallés Borràs, 2000: 281).

La corriente radical plebeya no aparece como objeto historiográfico, excepto por los escasos trabajos abocados a dar cuenta de la revuelta en el ámbito rural o los más numerosos destinados a la conjura encubertista. Incluso ésta última es pensada como fenómeno distinto de la Germanía en armas, con conceptos tales como “golpe de estado”, “demagogia”, “tiranía” o “populismo”, propias del posicionamiento político del historiador en la sociedad de su propio tiempo más que una representación de lo puesto en juego por el conflicto (Pérez García y Catalá Sanz, 2000; Nalle, 2002).

Podemos escribir sobre las acciones de la corriente igualitaria agermanada a través del relato de sus detractores o del registro de sus condenas, pero muy poco podemos decir acerca de sus contornos humanos. A nivel de su dirección se reconocen sectores integrados y excluidos de la sociedad previa al conflicto. Como en el caso comunero, sus cabecillas no ejercieron un liderazgo continuado, sino que cobraron notoriedad por una acción particular y, por este hecho, la multitud los eleva a la categoría de líder popular (Martínez Gil, 2002: 332). Integrados, porque muchos de sus líderes provienen de la menestralía, particularmente oficiales en pequeño número y en su mayoría, maestros pobres. Otros eran miembros del bajo clero y demasiados, con o sin sotana, se hallaban antes del conflicto en las amplias filas que reclutaba la pobreza.

La Germanía confirma así que entre quienes aspiran a una transformación radical de la sociedad, como ocurrió en otros conflictos sociales como el revolucionario francés, “no sólo hallamos individuos desclasados que esperan una rehabilitación, sino también hombres plenamente insertos en la sociedad del Antiguo Régimen, que contribuyeron a la acumulación del enorme potencial de energía política desplegada durante la Revolución” (Burstin, 2005: 73-137). También se cuentan entre los rebeldes desclasados, conversos, extranjeros y criminalizados en la Valencia preagermanada, con el común estatuto de la persecución institucional. Pero el mayor contingente de estos sectores, al igual que entre los comuneros, no son ni vagabundos ni delincuentes, sino parados y trabajadores urbanos (Martínez Gil, 2002: 330). Una gran mayoría del ala radical son jóvenes, cuya primera experiencia de armas la efectúan bajo la Germanía y que protagonizarán las conspiraciones encubertistas, diez o veinte años después de la derrota de 1522. Es que los jóvenes siempre representan la naturaleza feroz y grosera antes de todo perfeccionamiento, de la modificación en las costumbres por el proceso de dulcificación, ornamento y educación; siempre representan el “peligro de la barbarie en medio del nosotros” (Starobinski, 1999: 19).

A nivel de la comunidad, base del movimiento, actúan los sectores más plebeyos del entramado urbano, pero fundamentalmente sus fuerzas se reclutan en el campo, donde se despliega una decidida lucha antiseñorial. Esta Germanía en armas la componen los maestros más pobres, los aprendices, los jornaleros y los asalariados urbanos, una amplia masa de vagabundos y los estratos más empobrecidos del campesinado, protagonista de los últimos actos de rebeldía (Furió, 1995).

En líneas generales, el radicalismo agermanado agrupa, tanto en su dirección como en sus bases, a los menos favorecidos, a los de menor nivel de fortuna en términos sociales y un dato innegable es la ausencia de participación de los sectores medios, intelectuales y miembros de profesiones liberales en estas filas, un dato accesorio para entender la ausencia de todo registro que protocolice sus deseos y aspiraciones. Sin embargo, los mismos actores pueden rastrearse individualmente en el moderantismo agermanado. Es que el bando radical fue el producto de una politización creada por el conflicto mismo.

Esta radicalidad podía estar en las acciones violentas o en su carácter antisistema programático; en la Germanía, este bando reunió ambos aspectos. Ante el avance contrarrevolucionario y el relevo revolucionario en la conducción del movimiento, la corriente radical plebeya declaró la guerra abierta a la monarquía señorial, imponiendo una línea política igualitarista en términos de tributación y justicia y un orden social soberano, con la creación desde abajo de una monarquía popular. Con esta corriente, las reivindicaciones políticas se adueñan del conflicto social. Construye en acto un programa que tiene por objetivo la supresión del feudalismo, del régimen señorial y de todo privilegio. Dentro de este programa, se destacan los intentos de destitución real, de anulación del estamento nobiliario y los bautismos forzados de mudéjares.

Tanto en términos tácticos, buscando la ruptura de la unidad Corona-aristocracia para reorganizar la ofensiva, como en términos estratégicos, para la construcción de una monarquía como república popular, los agermanados intentaron crear una alternativa de poder legítima contra Carlos V. La Germanía en armas, además, apuntó al corazón del ordenamiento social vigente, con la adopción de medidas estructurales que buscaron la anulación del estamento nobiliario por restitución de facto de jurisdicciones al realengo, la toma de fortalezas y la liquidación de impuestos y cargas feudales.

La Germanía estaba llamada a partir de esta corriente a suplantar la potestad real y señorial, dando origen a una nueva aristocracia encabezada por los líderes agermanados que levantan como banderas la defensa de la fe, la justicia igualitaria y la protección de los pobres. La corriente radical intentó liquidar las bases de poderío socioeconómico de la nobleza en términos de propiedad y recursos. Conforme a ello, procuraron el bautismo forzado de mudéjares en Valencia y la liberación de esclavos en Mallorca, privando al enemigo de recursos y de una masa de maniobra apta para la contrarrevolución. Se trató de anular el status jurídico de estos vasallos, intentando disminuir las rentas señoriales y ajustando cuentas con estos sectores por su participación militar en el bando de la reacción (Durán, 1982 y Vallés Borràs, 2000).

Este programa radical se construyó al calor de grandes repertorios de acción desplegados por la corriente radical plebeya en el curso del movimiento popular, intentando primero la conquista de la dirección, socavando la autoridad existente a nivel local, luego y a través de la guerra, delimitando y debilitando a los enemigos. Finalmente, se intentará resistir tras la derrota, dando origen a una conducción centralizada, la del mesiánico Encubierto, que permita la recuperación “desde arriba” del movimiento.

El apocalipticismo radical, convertido en arma de guerra, orientó la movilización hasta el ocaso de la acción colectiva, revelando el carácter clasista del conflicto. La radicalización fue el punto de llegada de la conformación de una identidad colectiva; los alzados se autoreconocen como tales, disponen de una política autónoma y tejen lazos solidarios. Los componentes centrales de esta identidad fueron el igualitarismo contra las desigualdades y privilegios fiscales y estamentales, la prédica antimorisca popular y la solidaridad comunitaria (Lorenzo Cadarso, 2001). Una identidad que termina consolidándose como impugnación política manifiesta y plebeya en términos culturales, que dibujó con metáforas ilustrativas su triunfo sobre los ricos y los poderosos. Impugnación que nace por la generación de un clima de euforia y libertad creado por la radicalización, en el que se manifiesta una voluntad política propia, sin amos y señores y que cuenta a Dios como garantía última de sus acciones.

La derrota y el castigo a los rebeldes tendrá consecuencias claramente regresivas, con la consolidación del poderío socioeconómico de una aristocracia terrateniente vencedora. Pero las medidas estructurales adoptadas por los vencidos en su fase radical alteran las condiciones materiales. Pese al destierro de la revuelta de la memoria histórica, los bautismos forzados de moriscos, con sus consiguientes perjuicios coyunturales a la economía señorial, fueron validados por la Corona, abriendo las puertas a una situación inestable que habilita futuras conmociones hasta el cambio irreversible estructural que supone el decreto de expulsión de 1609 (Benítez Sánchez Blanco, 2001).

A largo plazo, la Germanía se transformará en repertorio cultural de la lucha por el sustento del siglo XVII y en mito nacional para las luchas políticas del siglo XIX. La violencia revolucionaria y la impugnación cultural plebeya fueron claves para esta conversión en marco de referencia de las luchas posteriores. Fue la Germanía en armas la forma de una nominación política que otorgó espesura a la acción colectiva, al crear poder desde abajo a través de la guerra, logrando la interrupción fugaz de la dominación y la consecuente incorporación a la memoria histórica popular.

3. La proyección de la revuelta para la interpretación del conflicto social

La lectura del movimiento rebelde en términos de su composición social obliga necesariamente a complejizar el análisis de clase con la inclusión de otras variables para reconstruir el efectivo alcance y significación del conflicto. Así amén de la inscripción en el sistema productivo, la diferenciación en torno a la posesión de la riqueza y la gestación de la polaridad pobres-ricos al interior del sujeto actuante fueron de capital importancia para la emergencia de agentes plebeyos, quienes confirieron proyección revolucionaria a la acción, rebasando las limitaciones reformistas del programa inicial de la revuelta. Una polaridad que resultó de mayor potencial que la diferenciación corporativa entre maestros y oficiales en torno al mundo gremial en lucha o entre labradores libres o siervos feudales en la conflictividad rural antiseñorial. Asimismo para comprender el antagonismo creado por el conflicto, se hace necesaria la incorporación de fenómenos como la exclusión, que otorgó proyección política revolucionaria a un movimiento defensivo y en procura de una incorporación subordinada a la organización estamental dominante. La exclusión, tanto como la desigualdad económica tuvieron fuerte impacto en la inscripción de clase, como ejes de conflictividad tradicionalmente invisibilizados. Finalmente, las condiciones materiales de las luchas sociales que habilitan y limitan las acciones son indispensables para perfilar la definición del sujeto; estos elementos necesariamente deben ser vinculados con la trayectoria rebelde y con la dinámica política creada por el conflicto; dinámica en la que se gestaron prácticas percibidas como estructurantes por la mirada retrospectiva.

Es en torno a la dialéctica entre praxis y materialidad que puede ser reconstruida la significación revolucionaria de la revuelta más allá de su derrota militar y, por tanto, es necesaria una definición social y política del sujeto. En el caso agermanado, el quiebre en dos alas del movimiento no sólo es una forma de interpretación historiográfica, sino que encuentra explicación en el carácter dual que adquirió la rebeldía en función de las formas contradictorias que asumen los conflictos en el contexto situacional de principios de la modernidad. En ellos y a través del estudio de caso, valoramos la “revolución bárbara” dentro de la revuelta construida por el componente plebeyo, cuya importancia ha sido tradicionalmente infravalorada. Esta corriente fue funcional para la imposición del poder rebelde pero también logró su desborde programático hacia la impugnación radical del orden social, otorgando al conjunto del movimiento significación revolucionaria. Gracias a este componente, la praxis rebelde logró el quiebre de la dominación sistémica y la gestación de niveles de materialidad que desnudaron su valor en el ciclo completo de la acción colectiva. La barbarie plebeya consagró, en definitiva, la definición clasista del conflicto, adquiriendo por ella y con ella connotación y expresión política.

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Recepción: 18 Diciembre 2018

Aprobación: 14 Mayo 2019

Publicacón: 03 Mayo 2019

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