Sociedades Precapitalistas, vol. 7, nº 1, e023, diciembre 2017. ISSN 2250-5121
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Sociedades Precapitalistas (CESP)

 

RESEÑA / REVIEW


Demografía, esclavos y arrendatarios: una reseña de Luuk de Ligt, Peasants, citizens and soldiers. Studies in the demographic history of Roman Italy 225 BC – AD 100, Cambridge, 2012.


Carlos García Mac Gaw

Universidad Nacional de La Plata, Argentina
cgmacgaw@gmail.com


Cita sugerida: García Mac Gaw, C. (2017). [Revisión del libro Peasants, citizens and soldiers. Studies in the demographic history of Roman Italy 225 BC – AD 100, de Luuk de Ligt]. Sociedades Precapitalistas, 7(1), e023. https://doi.org/10.24215/22505121e023


En esta reseña presento los argumentos desarrollados por el historiador Luuk de Ligt para luego analizar algunos de ellos en relación con la problemática del esclavismo durante la república romana. La relación entre ambas cuestiones, demografía y esclavismo, es simbiótica y así ha sido estudiada por la mayor parte de los historiadores. En esa línea historiográfica, ya tradicional, trataré de plantear algunas reflexiones puntuales.

El lector debe tener en cuenta que esta problemática tiene un componente altamente especulativo que se basa con frecuencia en presupuestos, el uso de los verbos en potencial y las oraciones condicionales introducidas por “si”. Como consecuencia de ello la contrucción de la argumentación muchas veces está lejos de resultar sólida. Sin embargo, de Ligt organiza una lectura erudita tratando de explotar al máximo la utilización de los recursos heurísticos disponibles. Probablemente el tema central del libro, la historia demográfica de Roma, no pueda alcanzar cimientos mucho más firmes a menos que se encuentren nuevas fuentes. Pero el intento del autor de contrastar las dos teorías demográficas existentes a fin de tratar de establecer un enfoque superador debe ser recibido con entusiasmo. Aquellos que emprendan la lectura del libro se encontrarán con problemas complejos, presentados y analizados con profundidad, que contribuyen a una lectura crítica de aspectos centrales para la historia de Roma.

El libro tiene un total de 391 páginas, encuadernado en tapa blanda. Subdividido en seis capítulos, y cada uno de ellos en varios apartados. Tiene un epílogo final y cuatro apéndices, así como un apartado con la bibliografía y un índice de nombres y lugares.

El presupuesto central de L. de Ligt en este libro es que no es factible entender las historia económica y social sin tener en cuenta las tendencias poblacionales. El autor lo aplica al estudio de Italia durante el imperio romano entre fines del siglo III a.C. y fines del siglo I d.C., a pesar de que se podría argumentar que la evidencia sobre el periodo es escasa o ambigua.

En el capítulo primero el autor realiza un pantallazo sobre la evidencia, las teorías y los modelos en la historia de la población romana. Organiza un breve recorrido desde la tesis malthusiana como punto de partida, y pasa por distintos ejemplos que cuestionan la idea de que el crecimiento demográfico sería un factor autónomo establecido a partir de su relación con la capacidad productiva agrícola. Tal el caso de los aportes que se han hecho a partir del estudio de los agentes patógenos en relación con el surgimiento y la persistencia de la peste bubónica o la incidencia de los factores climatológicos. En los años 60 se abandonaron en parte las teorías mathusianas para destacar la importancia de las estructuras económicas y sociales, como el acceso a la tierra de labranza determinado por los derechos de propiedad y herencia o la edad de las mujeres en el momento del matrimonio. Destaca especialmente la influencia de las teorías de Esther Boserup (1965), quien argumentó que el crecimiento demográfico frecuentemente llevó a la intensificación de la producción por la incorporación de tecnologías más eficientes, lo que en la práctica invertía la teoría malthusiana. El origen de la demografía romana se remonta al estudio publicado por Julius Beloch en 1886, Die Bevölkerung der griechisch-römischen Welt, en el cual se argumenta que en los primeros años del principado la población de Italia alcanzaba los 4 millones de personas. Esta posición fue retomada por Peter Brunt en Italian Manpower (1971) y más recientemente por Walter Scheidel en distintas publicaciones (2001; 2008; entre otras). Esta corriente conocida como “low count” y que llamaremos minimalista, se apoya especialmente en la interpretación de dos fuentes escritas, el libro II de las Historias de Polibio y los resultados del censo, especialmente el del 28 d.C. Estos historiadores estiman un número de 4.5 millones de habitantes libres en el año 225 a.C. a partir de la primera fuente, mientras que llegan a 4 millones de libres a partir de la segunda.1 A partir de estos datos Brunt llega a la conclusión de que hubo una tendencia negativa (-500.000) de la población de origen libre entre el 225 a.C. y el 28 d.C., mientras que calcula un crecimiento desde un número de c. 500.000 esclavos a 3 millones entre ambas fechas, lo que daría un número total de 5 millones de habitantes en el 225 a.C. que llegaría a 7 para el inicio del siglo I.2 Otros miembros de esta corriente consideran demasiado alta la estimación de Brunt para los esclavos, como Keith Hopkins (1978) quien propone un total de 2 millones, lo que resulta en un total de 6 millones de habitantes.

La teoría alternativa a la anterior, que llamamos maximalista (“high count”), fue avanzada por Tenney Frank (1924), quien a comienzos del s. XX calculó para la época de Augusto el número de adultos libres masculinos en Italia en 3.5 millones y el total de habitantes en 14 millones (incluyendo esclavos y extranjeros), luego seguido por T. Wiseman (1969) y más recientemente por Elio Lo Cascio (1994; 1999; 2008; entre otras).3 Este último autor estima a los esclavos entre un 10 al 20% de la población, resultando el total entre 15 y 17 millones. El número de habitantes en Italia resultaría menor, aunque es difícil estimar en qué proporción, ya que muchos itálicos resultaron asignados a las provincias.

La posición de de Ligt es que la teoría maximalista enfrenta dificultades insuperables y que las diferentes versiones de la minimalista no resultan enteramente satisfactorias, especialmente la idea de un estancamiento demográfico desde mediados del siglo II a.C. en adelante. Si esta idea errónea es abandonada, entonces la teoría minimalista provee un marco interpretativo superior al de la maximalista.

El autor realiza luego un repaso por los análisis alternativos que han tratado de superar esta visión dicotómica. El primer grupo de ellos se relaciona con la búsqueda de nuevos tipos de evidencia comparativa sobre tendencias poblacionales de larga duración, cambios en el balance entre población y recursos disponibles para el consumo, evidencias sobre reclamos sobre las tierras, datos osteológicos y evidencia arqueológica y epigráfica relativos al tamaño de las ciudades. La segunda ola de nuevos estudios se centra en niveles de productividad de la agricultura romana para así lograr calcular la población. Otra táctica ha sido estudiar los niveles poblacionales del periodo medieval y moderno temprano de forma comparativa, ya que estos presentan evidencia indisputada. Finalmente algunos historiadores han investigado otros factores como la posible incidencia del clima en la demografía. Sin que entremos en el análisis de la totalidad de estos modelos alternativos descartados en mayor o menor medida por el autor, podemos destacar su firmeza al argumentar que es ilusorio pensar que la historia demográfica de la Italia romana se puede escribir sin apelar a la información de las fuentes literarias o de los modernos reportes arqueológicos. De Ligt entiende que en términos prácticos no hay otra opción que partir de las dos teorías rivales existentes y examinar las interpretaciones mutuamente exclusivas de la evidencia escrita y arqueológica que ellas implican. Su planteo metodológico se basa en tratar de identificar las interpretaciones “forzadas” necesarias para hacer funcionar el poder explicativo de ambas teorías enfrentadas, a sabiendas de que la diferencia entre “natural” y “forzado” será siempre en cierto grado algo subjetivo. Para llevar adelante esto el autor plantea la necesidad de retomar las fuentes escritas de los siglos III y II a.C. y los distintos reportes arqueológicos existentes del periodo republicano, a pesar de que ciertas tendencias recientes se han centrado en el análisis del censo de la época de Augusto.

En el capítulo 2 se realiza un análisis meticuloso del texto de Polibio (2.24) sobre los componentes del ejército romano más sus aliados ante una invasión de galos en la península en el 225 a.C. De Ligt desmenuza primeramente las posiciones de los que sostienen la cuenta minimalista, es decir Beloch y luego Brunt, quien realiza algunas modificaciones sobre las cuentas del primero con un análisis más puntilloso. No entraremos en el detalle de los números que a grandes rasgos ha sido presentado más arriba. Sin embargo, es interesante destacar que estos historiadores comparan los c. 700.000 infantes y 70.000 jinetes sumando tropas romanas y aliadas itálicas de Polibio con los prácticamente idénticos provistos por Diodoro (25.13) y Plinio el anciano (HN 3.138). Eutropio y Orosio, basados ambos en Livio, dan un total de 800.000 hombres, pero según estos la fuente primera habría sido Fabio Pictor y, según Beloch, esto no deja dudas de que los números de Polibio también provienen de Fabio. Como señala de Ligt, esto implica que estamos tratando con un material provisto por un contemporáneo de la segunda guerra púnica.

Para los maximalistas, que plantean que Italia tendría 13.5 millones de habitantes en la época de Augusto, resulta difícil partir del número de 4.5 millones de habitantes libres en el 225 a.C. porque deberían asumir una tasa de crecimiento demográfica demasiado alta para una sociedad premoderna. Por lo tanto o deben descartar los datos de Polibio o necesitan reinterpretarlos. Sin entrar en el detalle, basta decir que Elio Lo Cascio plantea a partir de estos datos una lectura que reduce el número de la cuenta de Polibio solo a las tropas activas entre 17 y 45 años, lo que le permite alcanzar un número total estimado de al menos 6 millones de habitantes libres en Italia que, a partir de una tasa de crecimiento promedio anual de 0.45 % llegarían a 14.74 millones para la época de Augusto. De Ligt descarta la posición hipercrítica de Scheidel, quien arroja dudas sobre la verosimilitud de los datos de Polibio. A continuación retoma algunas de las críticas realizadas por Lo Cascio a la lectura efectuada por Beloch y Brunt, a la vez que señala las dificultades de las soluciones propuestas por este. De esta forma avanza una posición superadora a la provista por minimalistas y maximalistas con el objetivo de realizar una interpretación más convincente. De Ligt señala que del texto de Polibio se deduce una situación de crisis a partir de la cual se declara un tumultus Gallicus que llevó a la necesidad de considerar la disponibilidad de los proletarii, lo que explicaría el desajuste existente entre el número mayor provisto por Polibio (325.300) y los registros censales del 234 a.C. (270.713). De acuerdo con el autor entre los historiadores modernos se acepta que bajo circunstancias normales los censores no intentaban registrar a todos los proletarios puesto que estos no eran generalmente movilizados y tampoco pagaban el tributum. La situación excepcional del tumultus Gallicus habría llevado a las autoridades romanas a suplementar las listas de ciudadanos con el mayor número posible de proletarios que hubiesen podido encontrar, para de esa forma saber el número total de fuerzas con que contaban. A ese número el autor suma un 5% más de ciudadanos que considera subregistrados por las condiciones en que habitualmente era realizado el censo, lo que da un número final de 340.000 ciudadanos adultos masculinos romanos para el año 225 a.C. De Ligt, a partir de un análisis minucioso de diferentes textos, contradice a Lo Cascio y llega a la conclusión de que el texto de Polibio hace referencia a la movilización de todos los hombres entre 17 y 60 años, es decir que incluye a las tropas de reserva (entre 46 y 60 años) que en general permanecían resguardando las ciudades. A ese total hay que sumar una estimación de 540.000 hombres adultos aliados, lo que implica una figura total de población libre de 2.9 millones a la que es necesario sumar la de la Galia cisalpina –no incluida en el texto de Polibio, que nuestro autor toma de Brunt, lo que suma 1 millón, más la suma final de 300.000 esclavos, redondeando un gran total de 4.2 millones de habitantes. En términos generales, como se puede apreciar, a pesar de haber diferencias en la forma en que se alcanza el número final, la estimación del autor no es muy diferente de la de Beloch-Brunt y contradice las posibilidades de la tesis maximalista.

En el capítulo 3 se presenta una introducción sobre las diferentes corrientes de análisis de los procedimientos y significados de los censos republicanos y alto imperiales. Varios historiadores de la corriente minimalista sostienen que las figuras censales deben de reflejar, aunque sea a grandes rasgos, los cambios de largo alcance en el número de los ciudadanos romanos. Lo Cascio y otros sostenedores de la corriente maximalista han negado esta posibilidad al argüir que los censos republicanos de los siglos III y II en realidad solo registraban una pequeña proporción de la población que debían incluir. El censo era el registro llevado a cabo cada cinco años mediante el cual todos los ciudadanos masculinos sui iuris estaban obligados a presentarse ante los censores y declarar sus propiedades, esposas e hijos bajo su potestad, así como una estimación monetaria de todos sus bienes.4 Autores como Brunt y Hopkins asumen que los censos republicanos registraban entre un 75 y un 90% de los ciudadanos concernidos, mientras que los maximalistas señalan que existía una tasa de error del 45% o más. La causa de ello sería que los magistrados no tenían interés en registrar ciudadanos sin voto, legionarios fuera de Italia, ni a la gran masa de proletarios. Lo Cascio sostiene que hasta el tiempo de César el registro estaba centralizado en la ciudad de Roma, y se esperaba que los ciudadanos que habían recibido tierras en regiones alejadas en donde se fundaron colonias o asentamientos viritanos se trasladasen a Roma para presentarse ante los censores. Con el aumento de la ocupación territorial estos asentamientos estaban cada vez más lejos del centro, lo que habría llevado a un progresivo incremento en la tasa de subregistración. Esta tendencia habría continuado hasta el 45 o 44 a.C. cuando César impuso un procedimiento descentralizado para el censo. De Ligt analiza en detalle las diferentes interpretaciones sobre los niveles de inclusión de la población hacia la cual apuntaban los censos republicanos. Presenta así la situación de diferentes grupos, como el caso de iuniores y seniores, la inclusión de los sui iuris y de los cives sine suffragio, la incorporación de los legionarios en armas fuera de Italia y de los proletarios. Luego investiga el mecanismo de relevamiento del censo en forma centralizada o descentralizada, especialmente después de que el ager publicus romano comenzó a expandirse más allá de la zona centro-occidental de Italia, hasta el periodo inmediatamente anterior a la guerra social. Es objeto de particular atención el estudio de las figuras censales del 86/85 y 70/69 d.C. posteriores a dicha guerra, ya que allí debería haberse registrado la extensión de la ciudadanía otorgada primeramente a aquellos aliados que habían permanecido fieles a Roma, y luego a la totalidad de las comunidades italianas. Las conclusiones generales que saca el autor sobre los procedimientos censales republicanos se pueden sintetizar de la manera siguiente: a pesar de que la evidencia es fragmentaria, se puede sostener que desde el siglo tercero en adelante fue normal para los cives sine suffragium que vivían en comunidades auto-gobernadas ser registrados por los magistrados locales, y esos resultados eran luego transmitidos a Roma. Es probable también que este funcionamiento descentralizado se haya extendido luego de la guerra social a la totalidad de Italia, ya sea entre el 89/86 o entre el 85/70. Este resultado mínimo lleva al autor a deducir que la teoría que sostiene la existencia de un mecanismo censal plenamente centralizado que llevaría a una subregistración importante está construida sobre bases débiles.

A continuación de Ligt analiza las figuras censales que aparecen en las Res Gestae de Augusto. Allí aparecen los resultados de tres censos, en el 28 a.C. se alcanza el total de 4.063.000 capita civium romanorum, que aumenta a 4.233.000 en el 8 a.C. y a 4.937.000 en el 14 d.C. La magnitud de estos números lleva a los minimalistas a adelantar la hipótesis de que la frase civium capita refiere a todos aquellos con estatus ciudadano, es decir que incluye a mujeres y niños, a pesar de que la misma se aplica durante el periodo republicano solo a los adultos masculinos. El autor indica que, a pesar de que se pueden encontrar explicaciones lógicas para la alteración de tal sentido, no existe ninguna evidencia explícita que dé cuenta del uso menos específico que habría afectado el alcance de la expresión tradicional civium capita. Las implicancias cuantitativas de estos datos son enormes. Lo Cascio estima para el 28 a.C. el total de la población ciudadana entre 12.7 y 13.5 millones, de los cuales c. 1.25 millones residirían en las provincias, lo que daría un total de entre 11.5 y 12.25 millones de ciudadanos en Italia, a los que habría que agregar entre 1.5 y 2.5 millones de esclavos, alcanzando un total de entre 13 y 14.74 millones de habitantes italianos sin tener en cuenta el número de extranjeros. Estos totales dejan abierta la cuestión de cómo pudo haberse multiplicado por diez la población si se tienen en cuenta los números del censo del 125/124 a.C., o por 4.5 si se toman los del 70/69 a.C. La teoría ya avanzada de una subregistración cercana al 50% antes del supuesto paso al procedimiento censal descentralizado estaría en la base de ese razonamiento. Sin embargo, partiendo de la lógica de la imposibilidad de alcanzar un número mayor al 90% de la registración en las sociedades premodernas, sería todavía necesario agregar un porcentaje que llevaría el gran total a alrededor de 17.5 millones para el 14 d.C, esto resulta una población demasiado alta para alimentar con los recursos disponibles en la época.5 En el análisis final los números de ambas teorías, minimalistas y maximalistas, padecen similares debilidades metodológicas y los argumentos de ambas partes están equitativamente balanceados, siendo esta la principal razón por la cual el debate no ha sido resuelto. El capítulo se cierra con un interesante punto sobre perspectivas comparativas de las figuras de los censos de Augusto. Básicamente se trata de observar las tasas de crecimiento demográfico del período 225 a.C. – 14 d.C. en relación con las de otras sociedades premodernas partiendo de la evidencia de que las situaciones de inestabilidad y conflicto conspiran contra un crecimiento demográfico estable. Para ello es necesario tomar en cuenta los aumentos producidos por situaciones políticas como la concesión de la ciudadanía y la manumisión de los esclavos.6 De acuerdo con la tesis maximalista la tasa de crecimiento para el periodo debería haber sido de alrededor del 0.45 %, cuando en general se estima una tasa de crecimiento máximo de alrededor del 0.3 % para sociedades comparables a la Roma republicana. Si bien estas estimaciones no pueden observarse como decisivas, ciertamente se ajustan de manera más estrecha a la tesis minimalista.

En el capítulo 4 de Ligt estudia las fuentes para el periodo que transcurre entre los años 201 a.C. y 28 d.C. Este cuerpo incluye las referencias a los censos de Livio y su epitomador, los registros de los envíos de quienes recibieron asignaciones viritanas, la fundación de colonias y un creciente cuerpo de información arqueológica. De acuerdo a su criterio, entre todas estas fuentes las figuras censales reciben una desproporcionada atención, a pesar de que se refieren solo a los ciudadanos romanos. El autor señala que existe una tendencia creciente a utilizar los censos como punto de partida del análisis. Posiciones como la esbozada por los maximalistas, quienes señalan que los censos habrían registrado alrededor de un 55% de su objetivo, tienen por consecuencia reconocer la inutilidad de los mismos para una investigación demográfica.7 Para de Ligt esto haría literalmente imposible la reconstrucción de los principales contornos de la historia demográfica, económica y social italiana entre el fin de la segunda guerra púnica y los primeros años del principado. Por el contrario, organiza una subdivisión en tres períodos, 201-163/163-133/133-28 a.C., tomando en cuenta algunos eventos que considera determinantes, como el alza temporaria de las figuras censales en el 163 a.C., las reformas gracanas, las reformas militares introducidas por Mario, el crecimiento urbano y la emigración de italianos hacia las provincias. El objetivo declarado es tratar de adecuar las diversas categorías de la evidencia histórica a alguna de las reconstrucciones demográficas en competencia. Además adelanta que esta adecuación es compatible con la teoría minimalista, aunque indica que eso no significa aceptar las reconstrucciones de Beloch, Brunt y Hopkins en cada caso, y contradice especialmente la idea de un estancamiento o disminución del cuerpo cívico romano desde mediados del s. II en adelante.

Sobre el primero de estos tres periodos (201-163 a.C.) el autor analiza cuatro cuestiones: la relación existente entre el censo del 204/203 y el número de adultos masculinos que aparecen en Polibio,8 la recuperación demográfica posterior a la guerra anibálica que aparece en los censos entre el 203 a.C. y el 163 a.C. que sugiere una tasa de crecimiento de cerca del 1.1 %,9 la discordancia que existe entre el envío de pobladores a asentamientos viritanos y colonias en el marco de una supuesta retracción demográfica, y, finalmente, el aumento de la esclavitud agrícola. En el primer caso se estima el número de pérdidas romanas durante la segunda guerra púnica (218-203 a.C.), descontando el cálculo de los que habrían muerto por causas naturales en condiciones normales durante el periodo.10 El total alcanzado es de alrededor de 120.000 hombres, los que, deducidos de los 340.000 indicados por Polibio inmediatamente antes del inicio de la guerra, llegan a un resultado de 220.000 hombres, número que se acerca mucho a los 214.000 capita civium que aparecen en el censo del 204/203 a.C. Sin embargo, se reconoce que no es posible extraer de esto conclusiones de largo alcance por las numerosas incertidumbres que rodean a la mayoría de las figuras que sostienen estos cálculos. Para el segundo caso, es decir la recuperación demográfica posterior a la guerra anibálica, el autor se apoya en algunas ideas avanzadas antes por Nathan Rosenstein (2004), pero tratando de saldar algunas de sus incoherencias. De Ligt llama la atención sobre el hecho de que en general se ha pasado por alto el hecho de que la población femenina romana sobrevivió más o menos intacta la segunda guerra púnica. Por consiguiente, la pregunta a realizar es si los hombres sobrevivientes alcanzaban un número suficiente para unirse en matrimonio con todas o la mayor parte de las mujeres fértiles. El autor analiza diversas probabilidades para tener en cuenta como, entre otras, el alcance de las prácticas matrimoniales como un sistema perpetuado sobre sí mismo por factores culturales, lo que invita a pensar sobre las condiciones de su variación en situaciones críticas ya que una ratio sexual demasiado sesgada habría llevado a una gran cantidad de mujeres celibatarias abriendo amplias posibilidades para los hombres jóvenes que, habitualmente, solían casarse tardíamente. También observa el impacto de las consideraciones económicas y las formas de transmisión del patrimonio, puesto que una rápida erosión de los jefes de familia necesariamente debe de haber llevado a herencias tempranas que podrían haber habilitado a los jóvenes propietarios para el matrimonio. Estos dos factores podrían haber generado las condiciones para el descenso de la edad promedio de los hombres en el primer matrimonio. Igualmente podrían haber aumentado los segundos y terceros matrimonios por el crecimiento del número de las viudas, además de que podría haber disminuido el intervalo entre los nacimientos por el desbalance creado por la mayor disponibilidad de tierras en relación con la población. Estas y otras consideraciones, sumadas a ciertas correcciones estimadas para los datos, llevan a de Ligt a postular que en las décadas siguientes a la segunda guerra púnica se habría producido un rápido aumento en los adultos masculinos campanos y romanos –que se ubicaría alrededor de un 0.8%–, aunque el total de la población adulta en su conjunto solo habría crecido al 0.4%. Estos números, por lo tanto, no pueden ser usados en contra de la veracidad de los censos republicanos ni tampoco contra la reconstrucción realizada por la teoría minimalista. Luego, en el tercer caso presentado, la discordancia que existe entre el envío de pobladores a asentamientos viritanos y colonias en el marco de una supuesta retracción demográfica, el autor analiza las distribuciones de tierras llevadas adelante luego de la segunda guerra púnica desde una perspectiva demográfica. Aunque tradicionalmente el número de quienes habrían recibido tierras ha sido estimado en 30 o 40 mil hombres, de Ligt estima un número no mayor a los 28 mil. Supone que muchos de los veteranos de guerra con 13 o 16 años de ausencia fuera de Italia habrían sido los más afectados –ya que los que habían servido en el territorio de la península habrían tenido más posibilidades de volver con permisos a sus tierras aunque sea por periodos cortos–, aunque algunos probablemente dispondrían de tierras en el centro de Italia pertenecientes a familiares caídos ellos mismos en la guerra. Por otra parte entre 199 y 184 a.C. se fundaron ocho colonias marítimas, además de entre tres y seis colonias de ciudadanos romanos entre 184 y 181 a.C., algunos de ellos proletarios que en algunos casos no recibieron más de 5 iugera (1,25 hectáreas) pero que los calificaba para ser legionarios. También se fundaron colonias latinas entre el 193 y 177 a.C. con hombres de estatus latino que servían en los contingentes de aliados. Estas distribuciones se explicarían, con un contexto demográfico recesivo, por la voluntad del gobierno romano de reproducir las condiciones para que se alcanzaran los estándares de riqueza para la movilización militar. El siguiente punto tratado, cuarto y último caso para el primer periodo, es el de la esclavitud agrícola. De Ligt entiende que, de acuerdo con todos los factores analizados desde una perspectiva minimalista, la baja demográfica, la disminución del umbral de riqueza para incorporar infantes en el ejército, además de las distribuciones de tierras, habría disminuido relativamente el número de proletarios, la última clase censitaria. Esta reconstrucción hace más fácil entender el avance de la esclavitud rural luego de la guerra. Se ha argumentado sobre el prestigio conferido por la posesión de esclavos, la posibilidad de que éstos trabajaran más horas que los asalariados, su explotación organizada en bandas y, finalmente, el flujo de botín generado por las guerras del siglo II. Sin embargo, para el autor, se debe dirigir la atención a la capacidad de negociación de los trabajadores libres. A pesar de que no es posible reconstruir los niveles de renta y de salario se debe suponer que una caida de cerca del 30% en los ciudadanos adultos masculinos tiene que haber resultado en un aumento de tales niveles.11

El periodo de análisis diguiente se centra entre los años 163 y 133 a.C., que está directamente ligado a las reformas agrarias gracanas. En la perspectiva minimalista tales reformas, cuyas fuentes centrales son las Guerras civiles de Apiano y la Vida de Tiberio Graco de Plutarco, serían producto del intento de detener el declive demográfico por parte de Tiberio Graco. De Ligt cuestiona que el aumento de la pobreza en la población rural libre, tomado de las fuentes por P. Brunt como fundamento, pueda efectivamente ser considerado como la causa para la baja poblacional. La comparación con otras sociedades preindustriales no evidencia que la gente más pobre haya sido reluctante a reproducirse. Luego el autor analiza la tesis de Hopkins, presente en Conquerors and Slaves, quien a diferencia de Brunt pone el énfasis en los resultados de la expansión imperial, el enriquecimiento de la aristocracia y su mayor capacidad de inversión en tierras y esclavos, y su preferencia por la clase servil en lugar de libres, puesto que los últimos debían prestar el servicio militar. De Ligt retoma las figuras planteadas por Jongman (2003, 113-114) quien señala que en la época de Augusto menos de 200.000 ha de tierras italianas alcanzaban para producir todo el vino y el aceite necesarios para el consumo de las ciudades de Italia, incluyendo Roma. Si esta estimación se combina con una ratio trabajo-tierra de un esclavo por dos hectáreas de tierra se alcanza un total de 100.000 esclavos rurales.12 El autor considera un aumento de este número por la suma de supervisores, asistentes, mujeres y niños, y además estima que varios cientos de miles de esclavos estaban dedicados al cultivo de tierras de cereales, y también supone que la propiedad esclavista podía extenderse hacia granjas familiares de tamaño modesto, para alcanzar un número final de alrededor de 800.000 esclavos rurales hacia el año 28 a.C. Si además se tiene en cuenta que los reportes arqueológicos sugieren una baja presencia de villae esclavistas antes del primer siglo, se llega a la conclusión final de que es difícil mantener que el aumento de la esclavitud haya sido la causal de la expulsión de una parte importante del campesinado libre de la región centro-oeste de Italia hacia el tiempo de la lex Sempronia agraria. Finalmente el autor polemiza con la idea de que la conscripción y la mortalidad militar habrían llevado a la baja demográfica. De esta forma descarta las explicaciones minimalistas tradicionales para intentar realizar una reconstrucción a partir de un enfoque alternativo.

El punto de partida para de Ligt es aceptar la información que proviene de los censos del 125/4 y 115/4 a.C., donde se manifiesta un alza respecto de los números del 130 a.C.13 El autor sostiene que, en Italia del centro y oeste, al crecimiento poblacional de los 30/35 años posteriores a la segunda guerra púnica se debe sumar un moderado aumento de la población esclava (la que frecuentemente ha sido exagerada). La combinación debe de haber llevado a una presión sobre los recursos agrícolas, pero debe recordarse que entre 201 y 173 a.C. varias decenas de miles de colonos fueron asentados en el norte y sur italiano lo que habría reducido la competición por la tierra arable. Pero entre 173 y 133 a.C. la situación se revirtió pues no hay evidencia de asentamientos viritanos y muy poca de asentamientos de colonias. Esto habría llevado a un progresivo empobrecimiento de los sectores rurales. La reducción de los compromisos militares romanos después del 167 a.C. necesariamente debe de haber restado recursos provenientes de botines a los grupos familiares con miembros alistados en el ejército así como debe de haber contrarrestado los efectos migratorios aumentando la presión sobre la tierra. El último factor habría contribuido a una mayor fragmentación de las heredades a la muerte de los padres de familia. De Ligt entiende que el rasgo más importante de esta reconstrucción hipotética es que nos provee una explicación convincente de la disminución del número de assidui que inquietó a Tiberio Graco. La expansión demográfica entre el 163-133 a.C. combinada con el aumento del número de esclavos pudo haber causado una disminución de la unidad productiva campesina por debajo de 4 o 5 iugera, el umbral para la calificación hoplítica. Es decir que el aumento de los habitantes libres rurales pudo haber tenido el efecto paradójico de reducir el número de los ciudadanos elegibles para las legiones. La percepción de Tiberio no sería correcta, aunque sí entendible, especialmente teniendo en cuenta que él no llegó a ver los resultados del censo del 125/4 a.C. De todas formas, su reforma agraria de hecho alcanzó los objetivos propuestos, es decir una considerable reducción en el número de ciudadanos pobres y el correspondiente incremento de los assidui. El autor señala que, más que una crisis puramente malthusiana, ésta estuvo creada, o al menos exacerbada, por el sistema de reclutamiento romano. De Ligt cree que puede entonces demostrarse que una reconstrucción minimalista que tenga en cuenta un moderado aumento poblacional en el centro-oeste de Italia permite entender la mayor parte de la evidencia literaria fragmentaria que disponemos para este periodo. El autor también compulsa la relación entre la información arqueológica y la reforma agraria gracana para llegar a la conclusión de que la incertidumbre surgida de la interpretación de, mayormente, los restos de cerámica, hace difícil arribar a alguna conclusión definitiva sobre las tendencias demográficas en las regiones del Lacio y Etruria, como no sea un aumento espectacular de sitios ocupados después del 30 a.C., lo que cae fuera del periodo de análisis.

Luego de Ligt estudia el periodo entre los años 133 y 28 a.C., especialmente a partir de tres situaciones –la conscripción de Mario del 107 a.C., la emigración de Italia y la urbanización– con el objetivo de observar cómo se ajustan a las teorías demográficas minimalista y maximalista. Sobre el primero de estos eventos14 el autor introduce las distintas perspectivas dominantes y concluye que, en la medida en que las fuentes disponibles no nos proveen de información confiable suficiente sobre el contexto demográfico y social, ésta es compatible con una amplia variedad de escenarios demográficos: la teoría ortodoxa de la decadencia, una visión minimalista revisada asumiendo un lento pero constante crecimiento, e incluso un modelo malthusiano de amplio empobrecimiento rural maximalista. La cuestión de la emigración desde Italia es más compleja. En el censo del 28 a.C. cientos de miles de ciudadanos romanos vivían en Hispania, Galia y África. Se estima que la mayoría de ellos eran de origen italiano o sus descendientes, aunque muchos obtuvieron la ciudadanía por parte de Sertorio, Pompeyo, César y Octaviano, sin que se pueda precisar su número. A primera vista esta problemática se ajustaría más a los intereses de la teoría maximalista en la medida en que la emigracián resultaría una solución a la presión demográfica sobre las tierras italianas. Sin embargo, para de Ligt esta cuestión no está en relación con la capacidad productiva de las tierras italianas y el número potencial de los humanos para habitarlas sino con la cantidad de tierras públicas disponibles por parte del estado para su distribución. En las décadas finales de la república la liquidación de la casi totalidad de las tierras públicas arables dejó al estado en la posición de poder obtenerlas solo por medio de la compra o la confiscación. La primera solución resultaba prohibitiva mientras que la segunda era políticamente peligrosa, por lo que el asentamiento de colonos en las provincias resultaba la solución más lógica. La tercera situación aparece como la más problemática en la medida en que supone una estimación de los números de habitantes rurales en relación con los urbanos en Italia considerando a la vez el porcentaje de esclavos de ambos tipos en tal cuenta, lo que aquí no volcaremos. Baste decir que el autor es conciente de la arbitrariedad en el manejo de las cifras y en la complejidad de las mismas, al punto que reenvía a un apéndice (IV) para un tratamiento más profundo que, sin embargo, en el inicio de su punto 2 plantea que “All estimates for the size of the urban population in 225 BC, however defined, are pure guesswork”, mientras que en el punto 4 anuncia que “The most intractable problem facing those trying to construct a low-count model for late-republican and early-imperial Italy concerns the number of Roman citizens living in the provinces”. Evidentemente ambos puntos de partida resultan muy poco estimulantes. El resultado final de estas construcciones lo llevan a organizar un modelo minimalista revisionista que parte de 3.65 millones en el 225 a.C. para alcanzar los 3.9 millones en el 28 a.C. que, tomado en cuenta un crecimiento de los esclavos rurales, culmina con un decrecimeinto en la población rural libre. Mientras el antiguo modela sugería una caída del 30 % en este último grupo, su nueva versión implica una caída de solo el 11.4 %. Aunque, de Ligt indica, es un número significante, se debe tener en cuenta la rápida expansión de la ciudad de Roma y el asentamiento de alrededor de 120.000 adultos masculinos italianos en colonias de provincias entre el 49 y el 28 a.C.

En las conclusiones de este extenso y complejo capítulo 4 de Ligt argumenta que, dejada de lado la perspectiva maximalista que descarta los censos de los s. III y II a.C. como una base sólida para conclusiones inductivas, es necesario rever algunos de los problemas emergentes de la teoría minimalista. En su perspectiva esta última no resulta efectiva a menos que se acepte que el cuerpo de los ciudadanos romanos continuó expandiéndose durante el siglo II a.C. Una vez considerado este hecho la evidencia que disponemos puede tenerse en cuenta sin recurrir a enmiendas o interpretaciones forzadas. Si se ignoran los censos y nos focalizamos en lo que dicen las fuentes literarias sobre la historia social y demográfica de Italia entre el 201 y el 28 a.C. parece justo concluir que los maximalistas no consiguieron organizar una reconstrucción del contexto de las reformas agrarias gracanas que haga justicia a la tradición de Apiano y Plutarco.

En el capítulo 5 el autor se propone aportar nueva información sobre la historia demográfica de Italia para tratar de resolver el debate entre minimalistas y maximalistas a partir del análisis de la distribución geográfica de la población itálica según ambas posiciones. El punto de partida para la posición minimalista es un total de alrededor de 5.7 millones de habitantes para Italia continental, cuya distribución geográfica se acercaría a 4.2 millones para la zona central y 1.5 millón, que no podrían haber alcanzado más de 2 millones, para la Galia Cisalpina en su conjunto (la última región que accedió masivamente a la ciudadanía). Esta distribución le otorga a la Cisalpina entre el 26.3 y el 35.1% del total de la población italiana. Los maximalistas sostienen que la población de esta última región no podría haber alcanzado menos del 43% del total, que es el porcentaje existente a lo largo del periodo moderno temprano de la región. En base al cálculo total de c.15 millones de habitantes, los cisalpinos sumarían c. 6 millones para la época del censo de Augusto del año 28 a.C. Ambas posiciones divergen también en relación con el tamaño de las ciudades y los contornos de la red urbana italiana. Según la versión minimalista más popular, que es la de K. Hopkins, habría en la ciudad de Roma 900 mil habitantes más 1 millón de citadinos en el resto de Italia. Esto supone una tasa de urbanización del 31.7%, si se incluye a Roma, o del 20% si no se lo hace. Los maximalistas comparten la visión de Hopkins de que los niveles de urbanización para la época de Augusto más o menos habrían alcanzado los de la época medieval y temprano-moderna, pero argumentan que las ciudades tenían un tamaño mayor al sugerido por los minimalistas. G. Kron ha planteado que esto era posible porque la agricultura italiana podía sostener tales niveles de urbanización por medio de un sistema combinado de cría de animales y cultivo (ley-farming system).15

Para realizar su estudio el autor plantea una definición de “ciudad” basada en aglomeraciones de más de 3.000 habitantes, y las divide en tres niveles según su superficie (más de 40 ha, entre 40 y 20 ha y menos de 20 ha que clasifica como “rurales”). Organiza un análisis de la red urbana de la Galia Cisalpina (62 ciudades con estatus urbano de la época temprano imperial) a partir de información arqueológica complementada con fuentes literarias, espacio geográfico que en cierta forma resume las diferencias de opinión entre ambas corrientes. Los maximalistas le asignan a la región un 40% del total de la población de Italia equiparando el nivel al del periodo tardo-medieval, mientras los minimalistas sugieren entre un 25 y 30% del total de una población mucho menor.16 De Ligt argumenta que para el total de las 46 ciudades que contabiliza por acomodarse en los dos primeros niveles de su clasificación según la superficie, se alcanzan alrededor de 1.765 ha en el 28 a.C. Observa además que la superficie de las ciudades hacia mediados del s. XVI alcanzaría por lo menos 7.000 ha, lo que supondría que, si se estimara equivalente la población para ambos periodos, como argumentan los maximalistas, la densidad urbana del periodo antiguo debería haber sido sustancialmente mayor. La cuestión de la densidad es central, ya que la superficie urbana ocupada es un indicio relativo. Así, por ejemplo, espacios interiores de una ciudad pueden no estar construidos, puede haber grandes palacios o pueden existir edificios de varios pisos lo que da por resultado densidades muy variables.17 Para el caso de la Galia Cisalpina el autor se inclina de acuerdo a trabajos recientes, entre los diferentes tipos de construcciones observables por la arqueología en las distintas ciudades italianas, por urbanizaciones en general no amuralladas, que permitían una expansión horizontal de casas no elevadas con grandes habitaciones cuya densidad resultante no sería mayor a las 150 personas por hectárea. Sobre estos datos construye luego diferentes modelos partiendo de las estimaciones poblacionales de maximalistas y minimalistas, variando ligeramente el total de hectáreas y la densidad. Así, concluye que las densidades de la población urbana propuestas por los minimalistas son muy similares a las que caracterizaron los paisajes urbanos de Toscania y Emilia romana entre los s. XIV y XVI, a la vez que son compatibles con la evidencia arqueológica. Por el contrario, las densidades necesarias para acomodar los modelos a las estimaciones maximalistas llevan a presuponer niveles dos o tres veces más altos que los existentes para la Italia renacentista, por lo que considera incorrecta esta perspectiva.

En la segunda parte del capítulo 5 el autor trata de extender su análisis a las zonas del centro y sur de Italia, a pesar de que reconoce que resulta más difícil estimar el tamaño de estas ciudades que las del norte itálico para la época del censo del 28 a.C. Por lo tanto el resto del capítulo tiene un carácter más especulativo. De Ligt llega a una estimación de 3.935 ha excluyendo las ciudades de Roma y Ostia. Construye luego ocho modelos partiendo del número total estimado de habitantes por los minimalistas, que alcanza alrededor de 3.2 millones de habitantes para el centro y sur de Italia, incluyendo allí a los esclavos.18 De los resultados obtenidos el autor estima más conveniente elegir aquellos en los que es más alta la estimación de la densidad urbana de las regiones del Lacio y Campania, presuponiendo una media de 180 habitantes por hectárea en lugar de los 150 que utiliza para el resto de las regiones, puesto que, de otra manera, las tasas de urbanización resultarían demasiado bajas. Los resultados estimados alcanzados para estas tasas se ubican entre 17.9 y 21.1%, similares al 22.1% del periodo temprano-moderno. Si se parte de las estimaciones poblacionales maximalistas de 8-9 millones de habitantes, las densidades urbanas que se deben estimar en los modelos construidos deben ser muy altas (por lo menos de 300 habitantes por ha) para llegar a las tasas de urbanización del periodo temprano-moderno.

En las conclusiones generales del capítulo 5 de Ligt indica que, en contra de las afirmaciones de los maximalistas, la evidencia arqueológica demuestra que la mayoría de las ciudades tardo-republicanas y temprano-imperiales eran muy pequeñas, dejando de lado el caso de Capua y algunas ciudades más de la región de Campania.19 Por otra parte, el rango de las posibles tasas de urbanización asociadas con los presupuestos minimalistas se adecuan con los datos del periodo tardo-medieval y temprano-moderno. Estos números permiten inferir una relación aproximada urbano-rural de 1:4, es decir que cada 100 agricultores se produciría alimento suficiente para 24 consumidores comprometidos en tareas no agrícolas, lo que hace innecesario haber alcanzado los altos rendimientos estimados por Kron.20 Sin embargo, el autor plantea que todo esto no confirma la teoría minimalista sino solo que los datos arqueológicos relacionados con las ciudades del imperio temprano se acomodan a ese modelo de desarrollo urbano, que es totalmente compatible con los patrones que se pueden encontrar para sociedades mejor documentadas. Finlamente, basándose en elementos comparativos, de Ligt plantea que el crecimiento de la ciudad de Roma no tiene por qué haber llevado a un estancamiento demográfico en el centro y sur de Italia. Por el contrario, es perfectamente posible un escenario de crecimiento demográfico continuo durante y después del periodo de Augusto.

En el capítulo 6 el autor analiza la relación entre los registros arqueológicos y los desarrollos demográficos en las áreas rurales italianas. En relación con la teoría maximalista, que plantea que habría habido una rápida expansión demográfica entre el 225 a.C. y la época de Augusto para mantenerse estable en el siglo siguiente, el supuesto sería la existencia de evidencia arqueológica rural para tal crecimiento y el posterior estancamiento. Para la perspectiva minimalista la posible relación es más compleja, puesto que no todos los que la suscriben entienden que hubo una fase de declinación como plantearon Beloch, Brunt y Hopkins. Una visión alternativa plantea la posibilidad de un leve declive de la población libre pero con un incremento total de 3.65 a 3.9 millones. Esto podría tener un correlato en un descenso de los sitios ocupados por trabajadores libres, aunque la caída demográfica planteada en algunos casos es tan leve que podría no reflejarse en la evidencia arqueológica. Por otro lado se debería hacer constar la aparición de un número amplio de sitios del tipo de las villae. A pesar de enumerar luego una larga lista de problemas metodológicos resultantes de la interpretación de los datos arqueológicos rurales para el caso de Italia, de Ligt se muestra dispuesto a observar de qué forma estos se pueden acomodar con los dos modelos demográficos en disputa. A partir de los estudios de los sitios arqueológicos llevados adelante en los últimos 50 años, durante los cuales se ha acumulado una importante colección de datos, se presenta un breve sumario de las tendencias más importantes que emergen entre los años 300 a.C. y 100 d.C. Sin que entremos en el detalle de cada una de las regiones presentadas en el texto, se pueden presentar los siguientes rasgos generales. Durante los dos primeros siglos del periodo en cuestión se puede indicar un cierto descenso de la población en gran parte de las regiones del sur de Italia y probablemente también en el Samnio, con algunas excepciones como el territorio de Brindisi.21 Los datos para la Italia centro-occidental republicana no parecen indicar un descenso en el número de los habitantes rurales. La impresión resultante es que la gente rural de origen libre producía excedentes demográficos que no fueron absorbidos por la migración hacia las áreas urbanas. Finalmente, entre el 180 a.C. y el 30 d.C. se observa un aumento de población en la región de Emilia y en la Cisalpina que se explica por una combinación de crecimiento natural e inmigración. Estos datos son compatibles con una visión minimalista que combine un incremento total de la población rural de Italia con un pequeño declive de los habitantes de origen libre, a la vez que se asume que la caída del sur es balanceada por el crecimiento del norte. Los patrones emergentes de los datos de la república, por otra parte, no pueden encuadrarse fácilmente con la teoría maximalista que plantea una duplicación de la población rural entre el 225 a.C. y el 28 d.C. Estas conclusiones pueden corroborarse, de acuerdo al planteo de de Ligt, si observamos las tendencias de los sitios rurales entre el 30 a.C. y el 100 d.C. Durante este periodo el número de los sitios del sur italiano se estabilizan, aunque en ciertas regiones se constata una caida de las granjas registradas pero un aumento en las villae y aldeas. En la Italia del centro-oeste hay importantes diferencias según las regiones. Si bien es difícil establecer un balance neto el autor sugiere que es improbable que haya ocurrido un incremento demográfico importante en ciertas regiones costeras y del interior. Pero en las zonas cercanas a Roma y en Campania se registra un aumento distintivo de la población rural. Esta tendencia se refleja igualmente para las regiones del norte de la península. Todo esto no se ajusta bien a los presupuestos de la teoría maximalista, puesto que esta plantea la existencia de un gran número de población para el 28 a.C. lo que hace imposible pensar un mayor crecimiento para los siguientes 130 años. Por el contrario, esto se acomoda al modelo minimalista. Especialmente si se asume que alrededor de los años 80-50 a.C. el crecimiento demográfico natural no fue capaz de revertir las tendencias negativas de la migración a las áreas urbanas y hacia las provincias. Una vez que ambos procesos se desaceleraron se produjo un crecimiento sustancial que llevó a una expansión de 6 a 8 millones de habitantes en Italia entre el 28 a.C. y el 100 d.C.

En los dos últimos apartados del capítulo (6.6 y 6.7) el autor trata dos aspectos específicos. En el primero de ellos trata de encontrar una explicación para dar cuenta de las altas densidades poblacionales rurales alcanzadas en los primeros años del Imperio que se encuentran en el suburbium, es decir las regiones cercanas a Roma: sur de Etruria, norte del Lacio y el oeste de Sabinia. Para ello de Ligt se vale in extenso del texto de W. De Neeve Peasants in Peril. Location and Economy in Italy in the Second Century B.C. (Amsterdam 1988), aunque erróneamente se hace referencia a la obra Colonus del mismo autor. De Neeve retoma allí la “teoría de la locación” desarrollada en 1826 por J. H. Von Thünen quien planteó que las diferentes producciones agrarias se organizarán en círculos concéntricos alrededor del núcleo de un mercado. La zona que corresponde a cada uno de los diferentes productos está determinada por los costos del transporte. A pesar de que la teoría está pensada en función de una agricultura de tipo capitalista, De Neeve realiza correcciones para aplicarla a los excedentes productivos de la economía campesina de subsistencia de las distintas regiones ligadas económicamente al mercado de la ciudad de Roma en los dos últimos siglos de la república. De Ligt plantea entonces que un importante número de campesinos ricos y moderadamente acomodados estaban preparados para orientar una proporción substancial de sus tierras para la producción de cultivos comerciales (cash crops). La explicación para las altas densidades demográficas del suburbium que devela la información arqueológica es la de un sistema de producción y distribución desarrollado en respuesta al crecimiento de un gran mercado para los productos agrícolas en Roma. Encuentra razonable suponer que Catón, Varrón y Columela describieron un fenómeno genuino y que la mayor parte de las construcciones identificadas como villae por los arqueólogos eran las sedes centrales (headquarters) de granjas esclavistas orientadas a abastacer esa demanda. A ello se debe sumar las granjas familiares que usaban a algunos esclavos para complementar el trabajo de los miembros de la casa. En esta categoría bien podrían entrar las tierras asignadas a los veteranos de los ejércitos de César y los triunviros. Estos grupos estarían en condiciones de permitirse el consumo de cerámica del tipo que aparece abundantemente en los registros arqueológicos.22 De Ligt relaciona los patrones demográficos de la región con la cantidad promedio de días-hombre de trabajo necesarios de acuerdo a los diferentes círculos. Especialmente para el primer (horticultura) y el segundo círculo (viñedos y olivares), demandantes de más días de trabajo al año, es donde debe haber una mayor densidad de población. Existe además una dimensión diacrónica pues la población de Roma pasó de 150.000-200.000 habitantes en el 200 a.C. a alrededor de 900.000 en el 28 a.C. Durante ese periodo el volumen de granos proveniente de las provincias se incrementó dramáticamente lo que llevó a la posibilidad de organizar distribuciones gratuitas para “cientos de miles de ciudadanos”. En consecuencia el autor retoma las ideas de K. Hopkins quien argumenta que los repartos gratuitos de granos habrían permitido a un gran número de ciudadanos de Roma comprar más vino y aceite de oliva, generando las condiciones de una mayor demanda en las granjas esclavistas, aunque esto no ocurrió antes del 58 a.C. cuando las distribuciones se hicieron regulares. Por lo tanto de Ligt infiere que el número de granjas especializadas en la producción de vegetales, flores y frutas se incrementó durante los últimos dos siglos de la república y así continuó durante las primeras décadas del Imperio. El resultado esperado es la multiplicación de villas esclavistas y granjas familiares orientadas al mercado para ocupar una porción creciente de la tierra arable de la Italia centro-occidental.

En el último apartado (6.7) del capítulo el autor analiza la composición de la fuerza de trabajo agrícola. De Ligt plantea que entre el 200 y el 133 el crecimiento de la población rural libre creó tensiones que podrían haber sido resueltas si la clase terrateniente hubiese estado dispuesta a alquilar cantidades sustanciales de tierra a los campesinos pobres, y si a su vez éstos últimos hubiesen estado preparados para aceptar una posición en la cual no poseyeran una tierra propia para ganarse la vida. Para el autor resulta evidente que muchos (tal vez la mayoría) de los grandes terratenientes prefirieron usar esclavos antes que emplear trabajadores libres. Inicialmente, una de las razones para ello tuvo que ver con los efectos económicos y demográficos resultantes de la segunda guerra púnica, es decir por el debilitamiento de la población rural de origen libre. Esto habría llevado a una mejora de las condiciones de negociación de los campesinos. Simultáneamente las guerras en el este abrieron un flujo de esclavos a bajos precios. El encadenamiento de ambos factores es probable que haya acelerado la difusión de la esclavitud rural en la primera mitad del siglo II a.C. Con el progresivo crecimiento de la población la capacidad de negociación de los sectores campesinos rurales decayó y las condiciones para el desarrollo de la tenencia mejoraron, pero la disponibilidad para ser convocados al ejército militó en contra de ello. Habría que sumar a esto la probable disminución del censo para calificar como legionario entre los años 141-125 a.C. De Ligt entiende que entre las posibilidades para estos sectores se podría contar otro tipo de oferta de trabajo, como el trabajo rural estacional a jornal o trabajos temporarios por la creciente expansión de la ciudad de Roma, y además dice que en los años finales de la república el servicio militar sirvió todavía como una fuente suplementaria de ingresos y como una salida para los miembros “superfluos” de las casas rurales. Indica que los excedentes demográficos podrían haber migrado a Roma o a la Galia Cisalpina, además de observar que las bajas militares de las guerras civiles del s. I a.C. deben de haber detenido el proceso de expansión. Aunque los efectos de estos desarrollos en conjunto son difíciles de estimar, el autor entiende que resulta esperable que en las regiones en donde operaron las villas exclavistas, a causa de una ratio trabajo:tierra menor a las de las granjas campesinas, las densidades poblacionales deberían haber disminuido. Indica que hay razones para creer que la migración rural a las ciudades, la emigración de Italia y la esclavitud rural alcanzaron un pico durante el siglo I de la república. Esto sugiere que el declive de la población rural libre fue un fenómeno local de duración limitada. De Ligt argumenta que si la reconstrucción que desarrolla de estos eventos es acertada en términos generales, el advenimiento del Imperio tiene que haber conllevado cambios importantes. En ese momento pocos italianos eran movilizados y la mayoría provenía del norte de la península. Esto debe de haber removido uno de los obstáculos más importantes para la extensión del arriendo en el centro-occidental de Italia. Simultáneamente la creación de un ejército en el cual los legionarios debían servir por el plazo de veinte años implicaría un camino mucho más largo y menos atractivo para alcanzar la propiedad de la tierra a través del servicio militar. Plantea luego la posibilidad de un aumento del precio de los esclavos durante el primer siglo del Imperio lo que habría reforzado la utilización del trabajo libre al menos en algunos sectores de la economía agraria. Por otra parte después del 30 a.C. habría empezado a disminuir la migración desde Italia a las provincias. Asume entonces que desde el inicio del Alto Imperio resulta más sencillo el planteo de una aumento en la densidad demográfica en las zonas del centro y oeste de Italia. Una de las conclusiones resultantes de estos argumentos es que la explicación minimalista permite una explicación plenamente satisfactoria para las tendencias observadas en el número de los sitios para el periodo republicano y para un aumento constante de la población entre el 30 a.C. y el 100 d.C. Aunque no es posible corroborar los números avanzados por las estimaciones minimalistas, se confirman las estimaciones avanzadas por la evidencia arqueológica que sugieren que durante el periodo de Augusto la población no alcanzó un pico sino que continuó expandiéndose durante un siglo más.

El epílogo resume las conclusiones parciales que se alcanzaron en cada capítulo. La frase final sintetiza la impresión final del autor. Se destaca que el modelo minimalista que incorpore la idea de un crecimiento demográfico continuo, no solo para el periodo republicano sino también parra el temprano-imperial, nos permite ajustar el total de la evidencia que disponemos en un marco interpretativo que tiene mucho sentido desde una perspectiva comparativa.

El apéndice I incluye una lista alfabética de 78 ciudades y pueblos de la provincia Cisalpina durante el periodo temprano imperial organizadas en tres secciones de acuerdo con la organización establecida por el autor de acuerdo al tamaño (más de 40 ha, entre 40 y 20 ha, menos de 20 ha). Se adjunta en cada caso la información disponible sobre las correspondientes superficies encerradas en sus murallas y las posibles extensiones suburbanas. Se incorporan también las referencias bibliográficas más importantes. El apéndice II incluye una lista similar de 342 ciudades y pueblos en Italia central y del sur. Se organizan en ocho regiones (Lacio, Campania, Piceno, Umbría y Ager Gálico, Etruria, Samnio, Apulia, Lucania y Brucia), y en cada una de ellas de acuerdo a su tamaño según la clasificación ya indicada y por orden alfabético. Varias de estas ciudades tienen una información sumaria o a veces inexistente. El apéndice III es una lista alfabética de las ciudades mayores del norte itálico en el 1600 d.C., con sus correspondientes números de población tomados de Bairoch (1988) y Malanima (1998). El apéndice IV es una lista en donde se resumen algunos elementos para un modelo demográfico minimalista revisado.

Demografía, esclavos y arrendatarios

En relación con las tasas porcentuales de movilización de los romanos se discute el inusualmente alto volumen, estimado en alrededor del 8.5 %. De Ligt (pp. 75-6) analiza la incidencia de la presencia de los esclavos en esta cuestión. Indica que es difícil estimar aunque sea aproximadamente el número de esclavos urbanos y rurales en la Italia pre-anibálica. Sin embargo, argumenta que en general se asume que la presencia de esclavos agrícolas era frecuente desde el s. IV en Roma e Italia.23 Al efecto se basa en Livio (24.11.7-8) que nos informa que a causa de la falta de remeros en el 214 a.C. se ordenó que los senadores suministraran para eso 8 esclavos cada uno, los ciudadanos con una propiedad valuada en 1 millón de ases 7, en 300 mil 5, en 100 mil 3 y los que llegaran al umbral de 50 mil debían suministrar 1 esclavo. Infiere de ello que, basándose en la afirmación de Rosenstein, quien dice que el umbral de 50 mil ases era el de la tercera clase de la asamblea centuriada, tales medidas implican la existencia de un grupo sustancial de granjeros moderadamente acomodados que supuestamente poseían al menos un esclavo y que, aún en momentos extremos de movilización militar, la producción agraria se habría mantenido en las granjas dotadas de personal esclavo de los ricos y de muchas granjas familiares mayores. Es decir que el esclavismo explicaría, al menos en parte, la intensidad y la dinámica expansiva militar durante el siglo III a.C. en la república. El autor aclara que de todas formas sería absurdo suponer que la mayoría de la población granjera libre poseía esclavos durante la guerra anibálica. Con respecto a los grupos más pobres, de Ligt indica que la economía italiana ha sido caracterizada como “campesina”, lo que supone un alto grado de subempleo por lo que el servicio militar no necesariamente debe ser visto como disruptivo sino más bien como un retiro del excedente de trabajo que de otra forma habría permanecido inactivo. Por otra parte, se apoya en aquellos autores que sostienen que la estructura de la familia campesina –a diferencia de la urbana– era extensa e incluía tres generaciones y, en algunos casos, dos familias co-residentes. Esto habría permitido cumplir con las exigencias militares.

La cuestión de la disponibilidad de esclavos antes del inicio de la segunda guerra púnica ya ha sido destacada por otros autores como Cornell (1996, 98). Esto pone en duda la idea de un “inicio” de una fase esclavista, o de una “slave based economy” producto de las consecuencias inmediatas a la guerra con los cartagineses.24 Según Cornell, “the origins of the slave-based economy of the Roman Republic go back at least to the age of the Samnite Wars, and that the system developed and intensified during the course of the third and second centuries”. No entraré aquí en esta cuestión, pero cabría entonces discutir, de acuerdo a las palabras de Cornell, en qué consistiría esta “slave-based economy” en la medida en que no existiría un cambio radical sino sólo una profundización de una tendencia preexistente a comienzos del siglo II, algo que choca fuertemente con la perspectiva historiográfica dominante basada, entre otros, en Finley (1982) y Hopkins (1978).

Por otra parte estos elementos conspiran contra la teoría de la erosión de la clase de los assidui por la expansión militar y su progresivo remplazo por la ocupación de sus propiedades por los grupos más ricos y por la fuerza de trabajo esclava. Sin embargo, de Ligt (p. 105) dice que un importante argumento contra la existencia de un número alto de proletarios rurales es la rápida expansión de la esclavitud rural durante los últimos dos siglos a.C. Para el autor, la explicación más convincente sobre el brusco crecimiento de la esclavitud rural después de la segunda guerra púnica es que durante las primeras décadas del s. II la población libre era escasa. Es difícil de comprender este argumento cuando en las páginas posteriores se lo matiza fuertemente. Por supuesto que se debe tener en cuenta la situación excepcional posterior a la segunda guerra púnica, pero los razonamientos elaborados por el porpio autor apuntan a la posibilidad de explicar una alta capacidad de movilización militar como un dato estructural de la organización social romana. De Ligt (cap. 4.2.2) se encarga de hipotetizar una rápida recuperación demográfica, a lo largo de dos generaciones, por el desbalance tendencial producido por las muertes masculinas que habría producido una disponibilidad extraordinaria de mujeres (jóvenes para una primera unión sumadas a una gran cantidad de viudas). Esto habría modificado –probablemente– las pautas matrimoniales durante una ventana temporal, alterando –por ejemplo– la circulación de herencias (habilitando a jóvenes herederos a contraer nupcias), el acceso a la tierra, etc. Es decir que hacia el año 160 a.C. se habría alcanzado una ratio balanceada. Así, se explica el programa de reformas gracano más como una percepción distorsiva de la clase dirigente, basado en una situación inversa a la propuesta por la tesis de la despoblación y el empobrecimiento de los grupos rurales más pobres. Esto es, como producto de una combinación explosiva por una demanda sostenida de tierras por crecimiento vegetativo y un cierre de las políticas distributivas practicadas por el estado a través de la fundación de colonias y asignaciones viritanas. El autor por momentos se contradice, ya que señala que la cuenta minimalista ayuda a explicar el surgimiento de la “slave-run villa” en el periodo inmediatamente sucesivo a la segunda guerra púnica (pp. 156-7) y un poco más adelante indica que el número de villas esclavistas antes del siglo I a.C. –de acuerdo con los reportes arqueológicos– es bajo (p. 165). De todas formas, en relación con la problemática del esclavismo, el autor dice que, tomadas en conjunto, las observaciones hacen difícil mantener que la difusión de la esclavitud rural haya a la vez empujado a una gran proporción de la población rural libre del centro-oeste italiano fuera de la tierra poco antes de la lex Sempronia agraria. Si se toman estas afirmaciones en relación a las ya transcriptas anteriormente (p. 105), el lector no puede dejar de sentir que resultan, al menos, oscilantes.

Tampoco resultan transparentes los razonamientos sobre la situación de los ciudadanos libres pobres. De Ligt (pp. 170-1) indica que entre el 163 y el 133 a.C., el periodo que antecede la irrupción política de los hermanos Graco, el crecimiento que puede deducirse a partir de la lectura de los censos permite pensar la posibilidad de un desarrollo del arrendamiento en la región central occidental de la península itálica. En pag. 170 de Ligt indica que lo que leemos en las fuentes es simplemente que muchos campesinos estaban tratando de mantenerse en lotes inadecuados de tierra y que el acceso a la tierra pública estaba ampliamente monopolizado por la elite. Aunque tales fragmentos de información sugieren que las cantidades de tierra privada de muchos campesinos estaban cerca del umbral para cubrir la subsistencia para sus familias, nada contradice la idea de que los campesinos libres de la Italia centro-occidental podrían haberse mantenido fácilmente si hubiesen tenido acceso a lotes adicionales apropiados o controlados por otras personas. En particular, señala, debemos considerar seriamente la posibilidad de que la mayoría de las tensiones creadas por el crecimiento poblacional en el entorno rural se hayan suavizado por el empleo de ciudadanos libres como tenentes en las propiedades de los ricos terratenientes. Desde el punto de vista estrictamente económico el arrendamiento debe de haberse vuelto más atractivo a medida que la población crecía y se veía progresivamente socavada la posición de la población rural libre. El crecimiento demográfico debe de haber llevado a deteriorar las condiciones de negociación de los sectores campesinos empobrecidos que veían reducidas sus propiedades frente a los poseedores de la tierra. El autor señala que un factor que complica esto es que a lo largo del siglo II los tenentes debían de haber estado disponibles para el servicio militar si poseían la cantidad suficiente de tierra para calificar como miembros de la quinta clase. Aunque un rasgo que distingue al modelo de crecimiento poblacional es que este implica un significativo incremento en el número de proletarios rurales, quienes por definición no habrían estado disponibles para la leva por no alcanzar el umbral de tierras necesario para calificar de acuerdo al censo. De haberse mantenido ambas condiciones se habría removido el principal obstáculo para un desarrollo amplio de la tenencia agrícola. Sin embargo, remarca que existe cierta evidencia, aunque de carácter ambiguo, que sugiere que la calificación en base a la propiedad para el servicio militar se habría reducido significativamente alrededor del 140 a.C. o poco después del censo del 131/130 a.C. Si, en efecto, esta reducción hubiese ocurrido, habría reducido artificialmente el número de proletarios en el mismo momento en que resultaba progresivamente atractivo enrolarlos como tenentes para los propietarios ricos. En otras palabras, dice de Ligt, es posible defender la idea de que, más que tratarse de una crisis de tipo malthusiano, lo que se encontraba detrás de las reformas gracanas fue creado, o al menos exacerbado, por el sistema de reclutamiento romano que hizo que resultara difícil incluso para los campesinos muy pobres acceder a tierras adicionales como arrendatarios. Estos mismos argumentos son repetidos en el capítulo 6 en su apartado 7 (pp. 279-80).

Si bien la idea presentada resulta interesante, no queda claro por qué el autor no aplica el mismo criterio que utiliza en unas páginas anteriores, cuando explica las posibles causas subyacentes a la crisis política abierta por los Graco. Según de Ligt, la estructura de las familias rurales pobres romanas permitía disponer de uno o dos adultos jóvenes que eran ordinariamente enviados a las legiones. De esta manera se lograba una reducción temporaria en las bocas para alimentar y hasta se podía aspirar a un incremento de los recursos por el ingreso adicional que provenía de los botines. La naturaleza del tipo de matrimonio dominante en esta sociedad, basada en una edad tardía para los hombres (cercana a los 30 años), así como una pauta de residencia multigeneracional e incluso la convivencia de más de una familia explican la disponibilidad de este excedente humano.25 Lo que no dice este autor es que esas mismas condiciones deben ser presupuestas para las familias proletarias, con o sin tierras que les permitieran calificar para la leva hoplítica. Esto quiere decir que los grupos más pobres, aún debiendo disponer de uno o dos adultos para aportar al ejército, estaban en condiciones de producir en sus tierras o de arrendar otras en la medida en que lo necesitaran. La estructura de la familia campesina romana probablemente no se viera alterada en relación con estas transformaciones económicas, o, en caso de que así fuera, probablemente sería el resultado de un proceso mucho más largo que el plazo de una generación que aquí está bajo análisis.

Un poco más adelante, en relación con esta cuestión, de Ligt (pp. 281-2) dice que, si la reconstrucción de los eventos en los distritos rurales de la región centro-occidental de Italia que él realiza es correcta en términos generales, entonces el advenimiento del Imperio debe de haber implicado cambios importantes. Habría pocos italianos reclutados para esa época en las legiones y la mayor parte de ellos provendrían entonces de la región del norte. Esto habría removido uno de los mayores obstáculos para el uso amplio de los arrendatarios. El autor da por sentado a partir de estas propuestas que el aumento de los sectores arrendatarios ocurre con el inicio del Imperio. De Neeve (1984), ha demostrado suficientemente que este proceso ya muestra evidencias de un comienzo en el siglo II a.C. para alcanzar un desarrollo importante en el último siglo de la república, lo que se corresponde con las ideas avanzadas y luego deshechadas por de Ligt que he expuesto un poco antes.

Notas

1 Tanto Beloch como Brunt asumen que los 4.063.000 ciudadanos registrados en el censo del 28 a.C. incluyeron tanto a los hombres como a las mujeres y niños de estatus ciudadano, alterando así la forma tradicional que registraba solo los adultos masculinos.

2 Si sumamos los 500 mil esclavos a los 4.5 millones de libres obtenemos un total de 5 millones de habitantes para el 225 a.C. de acuerdo con las estimaciones de Brunt.

3 Este último, al igual que Frank, asume que el censo del 28 d.C. refiere solo a adultos masculinos, cuyo número se estima en el 30% del total. Este total de población proyectado alcanza a 13.4 millones.

4 Los ciudadanos sui iuris eran aquellos que podían tener propiedades de acuerdo a la ley romana.

5 Esto supone una tasa de urbanización entre el 15 - 20%, equivalente a la situación existente en la Italia tardo-medieval o temprano-moderna (Lo Cascio-Malanima 2005, 11-12). Este número resulta excepcionalmente alto pues no vuelve a alcanzarse hasta el s. XVIII en condiciones socioeconómicas totalmente distintas, empezando por la inclusión en Italia del maíz que permite un rendimiento calórico por hectárea mucho mayor, vid. Tabla 2 en Lo Cascio-Malanima (2005, 16) y p. 29 sobre el maíz.

6 Algo que, a decir verdad, aparece como un punto demasiado débil, dado el carácter incierto de tales suposiciones, y desnuda el alto margen de dudas que construyen estas contabilidades.

7 Sin embargo, cabe indicar que para los minimalistas el porcentaje más alto de error estimado para los censos es del 33%, límite a partir del cual no se puede avanzar sin impugnar las figuras. Brunt (2001 [1971], 43) dice que aceptaría ese número aunque estima que el orden de deficiencia estaría alrededor del 25%, lo que nos da una idea de la magnitud de la variación a que están sujetos estos cálculos.

8 Véase más arriba, donde en el capítulo 2 se hace referencia a Polibio (2.24) sobre la movilización de los romanos para prepararse ante una invasión de los galos en el 225 a.C.

9 Número considerado muy alto para una sociedad premoderna puesto que en un plazo de 40 años resulta en un crecimiento del 55%.

10 De acuerdo con las tablas de vida modernas similares por su estructura demográfica a la sociedad romana: Model West, level 3, males (Coale & Demeny 1983, 43; apud de Ligt 2012, 140, n. 17). A ellos hay que sumar el número de campanos pasados a las filas de Aníbal.

11 De Ligt se apoya en la evidencia disponible para otros periodos críticos como lo ocurrido como consecuencia de la peste negra durante el s. XIV en Europa.

12 Esta ratio es mayor que la reportada por Columela (RR 3.3.8) o Plinio el viejo (NH 17.215).

13 Como indica de Ligt, p. 160, Brunt concluye que alrededor de mediados del siglo II a.C. los ciudadanos habían comenzado a declinar, lo que habría sido compensado por el aumento de las manumisiones de esclavos, esto lo lleva a descartar estos dos censos junto con otros historiadores que adscriben a la perspectiva minimalista.

14 Se hace referencia a la decisión de Mario de descartar la calificación en base a la propiedad para el alistamiento en el momento en que necesitó incorporar soldados para su campaña contra Yugurta.

15 Kron (2000; 2002).

16 El autor deliberadamente deja de lado un número considerable de vici (barrios, vecindades), algunos de ellos probablemente con más habitantes que las “ciudades” más pequeñas del tercer nivel, que cubrían entre 5 y 15 ha cada uno. Suponiendo 150 habitantes por hectárea, el número de personas habría variado entre 750 y 2250 en tales poblaciones.

17 Baste saber que Augusto reguló en 70 pies la altura máxima para la construcción de edificios en la ciudad de Roma. Si las habitaciones tenían una altura promedio de entre 12 y 15 pies esto equivale a 5 o 6 pisos. El pie romano es equivalente 0.294 mts aproximadamente.

18 El total con la estimación de habitantes de Roma y Ostia (+ 900.000) alcanza los 4.1 millones.

19 Capua, a su vez, no puede compararse con el tamaño alcanzado por Roma, entre 7 y 9 veces mayor en superficie y alrededor de 20 veces mayor en términos de población.

20 Cf. nota 15.

21 Estas variaciones intra-regionales e inter-regionales refuerzan la posición de quienes, como Brunt, habían señalado que el declive demográfico del sur no se ajusta exclusivamente al impacto de la segunda guerra púnica sino que tratamos con series de transformaciones condicionadas por una combinación de factores pan-itálicos, regionales y locales.

22 Cerámica tardía de pátina negra (black-gloss pottery) o “campana” y cerámica temprana de tierra roja (red-gloss pottery) o terra sigillata.

23 Finley (1982).

24 Cornell (1996, 101, 106) plantea que las consecuencias económicas más profundas de la segunda guerra púnica se sintieron especialmente en la región italiana al sur de la llanura de Campania, donde se desarrolló la mayor parte de las campañas militares. Esto no es de gran ayuda, entonces, para entender por qué las transformaciones económicas y demográficas se habrían sentido en el Lacio y Etruria, el “corazón” de la economía esclavista romana (slave-based system), de acuerdo a las perspectivas historiográficas dominantes.

25 Ambas referencias se encuentran más arriba.

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Recibido: 25/09/2017
Aceptada: 1/11/2017
Publicado: 15/12/2017

 

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